ACTUALIDAD DIOCESANA

04/12/2023

Carlos de Foucauld (III): Convertido. Buscador

En el tercer artículo de la serie sobre San Carlos de Foucauld, se resaltan momentos clave que marcaron su proceso de conversión, desde una peculiar oración por la existencia de Dios hasta su encuentro decisivo en 1886.  Su inquietud espiritual se manifiesta en su entrega a Dios y en su constante búsqueda de la santidad

 

AKBÉS

El final del artículo anterior (De nuevo Carlos de Foucauld (II): Pastor místico) reza: “Nos revela, esta categoría la necesidad de no quemar etapas y la necesidad de dejar a Dios ser Dios, que no cabe ni en reglas, ni en proyectos, ni en programas… por necesarios que estos sean”.

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por un encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva [1]”.

El proceso de san Carlos de Foucauld, sin ánimo de ser exhaustivo, revela esta verdad a lo largo de su vida:

0. Durante años san Carlos de Foucauld había orado de forma peculiar, pidiendo a Dios: “Dios mío si existís, dádmelo a saber”. En un retiro de Nazaret del 8 de noviembre de 1897, reconoció que: “Esta angustia, esta búsqueda de la verdad, esta oración: ‘¡Dios mío si existís dádmelo a conocer!’ [2]. Todo esto era obra vuestra, Dios mío, obra exclusivamente vuestra…”.

1. El 29 ó el 30 de octubre de 1886, Foucauld se confiesa y comulga en Saint Augustín con el padre Huvelin y en ese tiempo se produce otro de los momentos cruciales de su vida: “Apenas creí que había Dios, comprendí que sólo podía vivir para Él”[3]. Tan sólo dos meses después, en la Nochebuena de ese año escuchará el sermón del padre Huvelin, en el cual resonará algo dentro de su corazón que motivará toda su vida y todo su caminar espiritual: “Nuestro Señor tomó de tal manera el último lugar, que nadie pudo arrebatárselo”[4].

Este es el comienzo de su vida creyente, lo que podemos pensar de su vida pública, pero no de toda su vida, pues como hemos visto más arriba “oraba de esa manera”. San Carlos de Foucauld fue un corazón inquieto tal y como nos muestra San Agustín en dos conocidas frases suyas: por un lado, nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti; y, por otro lado, Hermosura, siempre antigua y siempre nueva, ¡qué tarde te amé!

Como ocurre a todo ser humano cuando se busca a sí mismo y en él mismo busca sus soluciones, en su hacer, en su decir, en su pensar e incluso en su deseo navega por la nada de sí, la que somos todos los humanos, buscando una seguridad. Esto es lo que parece ocurrir a San Carlos durante toda su vida y juventud. Esa inquietud que se expresa en su oración, Dios mío si existís… es la que reconoce en el retiro de Nazaret citado más arriba como obra de Dios.

Una vez que el vacío, resultado de la búsqueda de uno mismo, alcanza una profundidad insoportable, el hombre da un salto en el infinito y reconoce la presencia de Dios. En ese momento, se descentra y comienza un nuevo dinamismo, evidenciado en el período de finales de octubre a la Navidad de 1886. Este cambio no solo ocurre porque comprende que solo puede vivir para Dios, sino también porque anhela que su vida sea tan parecida a la de un niño que ama a su padre.

Para san Carlos, esta búsqueda no tiene fin y empieza en la Navidad mencionada, escuchando que Cristo ha tomado el último de los últimos lugares. Esta comprensión es la que guiará toda su vida, llevándolo a identificarse con Jesús, tanto para ir a la Trapa, en Siria, como al dejarla para ir a Nazaret. Luego abandona Nazaret para ir a Tamanrasset, pasando por Beni Abbés en Argelia, estos dos últimos lugares marcados por su vida espiritual.

En 1903, el 18 de febrero, escribe a un amigo. “Las penas de la tierra están hechas para hacernos sentir el exilio, hacernos suspirar por la Patria…; ellas nos hacen llevar la cruz de Jesús, participar en su vida, parecernos a Él…; nos valen el perdón de nuestras faltas y las de los demás, el cielo para nosotros y los demás… Nos arrancan de las criaturas para entregarnos al Creador”[5].

Podemos intuir que en San Carlos de Foucauld la conversión es entregarse a Dios y buscar, haciéndonos como niños, ser como Él. Jesús me ama, yo también; Jesús ama a los pobres, yo también; Jesús busca estar el último, yo también. De hecho, San Pablo VI lo expresa diciendo: “Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, mediante un testimonio vivido en fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego a los bienes materiales, de libertad frente a los pobres del mundo, en una palabra, de santidad”[6].

La conversión constante se torna otra categoría pastoral para nuestros días, dado no podemos identificarnos del todo con el Señor aquí y ahora. Esto nos lo muestran todos los santos, no sólo los místicos, y san Carlos de Foucauld se según se puede intuir un hombre en constante conversión según el proceso de su vida. Iremos viendo, al igual que hoy el punto cero, podemos decir. El paso a la Trapa y a Nazaret y a Beni Abbés – Tamanrasset después.

Para terminar este escrito, es relevante apuntar que este aspecto de la conversión constante aparece en el misal del Vaticano II. En la edición anterior, en la tercera pregunta de la tercera fórmula que se presenta para las renuncias al mal en la celebración de la Vigilia Pascual, se plantea lo siguiente:  “¿Renunciáis a todas sus seducciones, como pueden ser: el creernos los mejores; el veros superiores; el estar muy seguros de vosotros mismos; el creer que ya estáis convertidos del todo; el quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos reglamentos, y no ir a Dios?”[7].

[1] Deus Caritas Est, 1.

[2] Esta oración la había repetido muchas veces en la iglesia. Cf. Jean François Six. “Carlos de Foucauld”. Itineraria Espiritual. Ed. Herder. Barcelona. 1988. P.320.

[3] Id nota 2.

[4] Id nota 2.

[5] Carlos de Foucauld. “Escritos espirituales”. Ed. Studium. Madrid 1964.

[6] EN 41

[7] MISAL ROMANO. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por su santidad el Papa Pablo VI. Edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Española y confirmada por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino. Coeditores Litúrgicos 1978.

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