05/11/2023
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ
La cátedra de Moisés. A este lugar de las sinagogas, donde los rabinos se sentaban a explicar las escrituras tras su proclamación, se refiere Jesús en el evangelio de hoy. Un sitial ocupado por escribas y fariseos entonces, envueltos en las incoherencias del decir pero no hacer, o del hacer lo opuesto a lo dicho, que también ahora podemos imaginar en nuestras iglesias, en nuestras relaciones sociales, o en este mismo medio por el que, con la debilidad propia del hombre, se acerca uno a la Palabra de Dios y se atreve a compartir algo de lo que sugiere su luz deslumbrante aunque caminemos todavía, yo el primero, entre tinieblas.
Desde nuestras peculiares cátedras a veces nos ponemos a liar pesados fardos para el prójimo mientras nos quedamos tan a gusto sin ayudarles a llevar la carga. En otras ocasiones, emulamos aquellas filacterias y aquellas orlas de manto, no necesariamente por la vía de la indumentaria, pues son diversas las maneras de pavonearnos. Sigue habiendo, en fin, primeros puestos y primeros bancos, pues el evangelio de la humildad y del servicio discreto nos cuesta aprenderlo.
Para asumirlo cada vez más nos señala Jesús al Padre, a su Padre, a nuestro Padre del Cielo. Nos enseña el Catecismo que Jesús ha revelado que Dios es “Padre” en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).
El Hijo ejerce así como lo que es, el único Maestro, el que nos habla directamente al corazón, nos muestra la Verdad y nos corrige con misericordia. Si hoy en su Evangelio nos habla de humildad y de servicio es porque así nos allana el camino hacia el Cielo.