ACTUALIDAD DIOCESANA

10/05/2023

Amado Mateos, un humilde hijo de pastor que se ordenó sacerdote

Con once años sus padres le enviaron al Seminario menor de Linares de Riofrío “buscando lo mejor para mí”, allí descubrió su vocación. Este sencillo presbítero ve el sacerdocio “como un don, una gracia que no esperas, cómo Dios te habla por todos los sitios”

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN

Amado Mateos descubrió la austeridad desde muy pequeño. Su padre era pastor de ovejas y toda la vida estuvieron viviendo en casetas, sin luz ni agua. Reconoce que “todos tendríamos que pasar por ello para entender y valorar la vida”. Hasta que se ordenó de cura estuvo viviendo en una caseta con sus padres y su hermana, donde tenían “una mínima habitación y una cocina, sin luz, sin agua, sin nada”. Tenían que ir a buscar el agua “a la costilla con una burrita,…”.

Su padre era de Rollán y su madre de Golpejas. Amado nació en Pozos de Almondar, una alquería de la Mata de Ledesma el 31 de marzo de 1948, “donde vivían doce familias con su iglesia, cuyo titular era san Cebrián”. Su padre, al ser pastor, “paraba cada tres años en un sitio: La Mata, Porqueriza,…”. Precisamente en la escuela de Porqueriza cursó sus primeros años. Y al cumplir once sus padres le enviaron al Seminario de Linares de Ríofrío, “buscando lo mejor para mí. Entramos unos 60 en el primer curso”, explica.

Seminario de Linares

“Tengo que agradecer mucho al Seminario”, reconoce. Allí descubrió su vocación al sacerdocio. La educación que recibió “y todo me ha ido llevando hacia la vocación y ahora estoy dando gracias todos los días porque eso es lo más importante en la vida”. Comenta que “la gente iba al Seminario por la buena formación que se daba en todos los ámbitos, también la material”, aunque reconoce que “había mucha disciplina” y muy pocos tenían vocación al sacerdocio.

Formación Filosófica y Teológica en Salamanca

En 1964, estando “en cuarto o quinto de latín”, con 16 años, se traslada a Salamanca para estudiar Filosofía en el Seminario Mayor de Calatrava, donde “no entendía nada”. Metafísica, teodicea,…”, comenta sonriendo, “aunque se me daba muy bien el griego”. Tres cursos después, en 1967 inicia sus estudios en Teología en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, mientras se trasladan a vivir de Calatrava al Teologado que entonces estaba en un piso de la Gran Vía.

Reconoce que su generación “fue rompiendo esquemas”, no solo por vivir en ese lugar, también porque “algunos compañeros se pusieron a trabajar recolectando patatas en la zona de Peñaranda o como obreros en las fábricas de zapatillas…”. De modo que de todos ellos tan solo se quedaron estudiando en Salamanca “tres o cuatro”, aunque el resto iban a la Universidad a “estudiar o recoger apuntes”.

Desde pequeño colaboraba como monaguillo en el Seminario y en Carreros, donde también vivieron sus padres, allí ayudaba a don Juan, el párroco de la finca “donde se celebraba la misa todos los sábados”. Comenta entre anécdotas que en ese tiempo aprendió “que cada persona es hijo de su tiempo” y que “todo en la vida tiene un orden. Hay que cosas que hay aceptar y reconocer”.

Ordenado diácono en Salamanca y sacerdote en Rollán

Amado respondió con alegría e ilusión a la llamada que recibió de Dios para ser sacerdote, recibiendo las Órdenes Menores y el diaconado en Calatrava, en 1972, con la imposición de manos del obispo Mauro Rubio Repullés y el 25 de febrero de 1973 fue ordenado presbítero en Rollán. Sus primeros destinos pastorales fueron Beleña, Mozárbez y Buenavista. “Desconocía que iba a ser provisional”, admite, ya que allí estuvo de mayo a noviembre de 1973.

En aquel entonces la carretera de Béjar tenía mucho tráfico “y mi madre, siempre preocupada porque acaba de sacarme el carnet de conducir y temiendo que pudiera pasarme algo en la carretera” sus padres decidieron “venirse a vivir conmigo”.

De aquella época guarda un grato recuerdo, “en Mozárbez la gente quería que me quedara a vivir allí”. Y en Beleña “la gente era cariñosísima, muy entregada”. Admite que la casa de Beleña no reunía las condiciones para vivir. A los seis meses de estar allí le cambiaron de destino. “Fue un mundo a la hora de marcharnos”, aunque reconoce que “nos ayudaron mucho, querían tener al cura y había una lucha entre los de Beleña y Mozárbez para que me quedara a vivir allí”.

Otros destinos pastorales

Don Mauro le asignó entonces las comunidades de Peralejos de Abajo, Peralejos de Arriba y Traguntía, “donde había habido dos secularizaciones seguidas”. Arregló la casa con la ayuda de sus padres y a los tres años de estar allí, un vecino de en frente “muy mayor me dijo que no me esforzara tanto. Me dejó helado. Había gente que iba a misa pero estaban muy rebotados”. Atendió pastoralmente estos pueblos hasta diciembre de 1978. Después, le dieron a elegir un nuevo destino entre Vecinos o Pedrosillo de Alba, una zona que no conocía de nada, “no fui porque la casa parroquial no estaba para vivir” y sus padres estaban ya muy mayores. Así que eligió Vecinos, donde además vivía “una hermana de mi madre y me gustaba la zona, con encinas. La casa estaba relativamente bien para vivir y ahí he estado hasta ahora”.

Reconoce que si no ha cambiado durante este tiempo “es porque estaban mis padres conmigo”. Amado subraya que “los padres con un sacerdote hacen una labor fenomenal pero por otro lado también interrumpen”. Aunque destaca que “hay más cosas buenas que malas” porque le ayudaron muchísimo. “Los curas en estos pueblos hemos hecho de todo, desde subir al campanario a poner cubos para las goteras, poner y quitar las flores, barrer la iglesia,… También lo hacían las hermanas y las madres y hoy no es agradecido”, admite.

Además de la parroquia de Vecinos asumió las de Cortos de la Sierra, Tornadizos y en 1983 Narros de Matalayegua con Sanchogómez. En 1986 junto a Vecinos y Cortos de la Sierra, le asignaron Llen y Cabrera, Membribe y Navagallega e Íñigo de Huebra.

Capellán del Monasterio de Cabrera

Ya en las Veguillas con Llen como capellán de las madres Carmelitas descalzas del Monasterio del Santo Cristo de Cabrera. Amado se confiesa conmovido por la devoción que muchos fieles tenían al Cristo, “gente que venía descalza o de rodillas por la carretera hasta el santuario, esto ya no se ve”.

En la acogida de los peregrinos que cada año acuden a Cabrera afirma que ha aprendido mucho, pero se ve “cómo ha pasado el tiempo, la forma de vivir la fe, hasta de coger sitio en la iglesia y fuera, el silencio con el que se vive”.  Valora hablar con ellos y muchas veces se pregunta “qué dirá el Señor de cada uno de los que venimos aquí”.

En estos 50 años ha aprendido “mucho”, especialmente a “aprovechar lo poco que tú tienes y lo que puedes hacer”. Señala que en el Seminario “nos educaron que el anuncio que tú vas a hacer es un anuncio que a veces no va a ser acogido, como en la vida en la que nos encontrarnos con muchas limitaciones”. Considera que en ocasiones la labor del presbítero no es reconocida y sin embargo, “recibes compensaciones también de gente que no te esperas y te maravilla su disponibilidad y actitud”.

Este sencillo presbítero ve el sacerdocio “como un don, una gracia, que no esperas, cómo Dios te habla por todos los sitios”, como cuando “mis padres me llevaron al Seminario”. Reconoce que el Señor le ha “ha ido alentando cada vez más a plantearse cómo ayudar a la gente, desde una disponibilidad total”.

De Jesús le enamoró su “desprendimiento y la capacidad que él tuvo para saber que iba a ser traicionado y llegar hasta donde llegó”. Otro aspecto que considera es “el saber que no es compensada la tarea en este mundo. Asumes la tarea que tienes que llevar a cabo, de redención en el caso de Jesús y nosotros como corredentores”.

 

 

¿Te gustó este artículo? Compártelo
VOLVER
Actualidad Diocesana

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies