ACTUALIDAD DIOCESANA

14/06/2022

A propósito de San Carlos de Foucauld (II)

Segunda entrega de la serie de artículos dedicados a descubrir el carisma de San Carlos de Foucauld, testimonio del Evangelio en el desierto del Sáhara, canonizado por el papa Francisco el pasado 15 de mayo

 

AKBÉS

[…] Esta manera de estar en el mundo es conocida: salir al encuentro del otro tal y como el hermano Carlos nos dice: “estoy para comprender a los tuaregs no para convertirlos”. Estar para convertir genera ansiedad, cansancio y fracaso, en no pocas ocasiones. Pero también un protagonismo y una satisfacción que puede llegar a ser idolatría pues podemos acabar proponiendo nuestra forma de ver y de hacer como modelo y así llamamos dios a la obra de nuestras manos. Puesto que nos recreamos una y otra vez en lo que hemos hecho o dicho nos anunciamos a nosotros mismos, ya que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Así no anunciamos al Señor, más bien lo ocultamos o no dejamos que Él se exprese en nuestra vida.
San Carlos de Foucauld descubre que el lugar donde es posible la “fraternitas” es el anonadamiento, que es el lugar donde “yo” ya no importo nada. Da la impresión de que hemos llegado al fracaso de la persona y sin embargo el hermano Carlos nos aclara que es justo lo contrario: “Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas; es lo que San Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede lo más que es posible en este mundo”(1). Cuando llegamos a ese estado el Señor puede expresarse en nuestra vida pues ya somos como un nítido cristal y la luz pasa a través de él sin colorearse ni difuminarse.

Tomando lo anterior como base hagamos, los presbíteros, una lectura del siguiente párrafo de Presbiterorum Ordinis: “Piensen, por fin, los presbíteros que están puestos en medio de los seglares para conducirlos a todos a la unidad de la caridad: “amándose unos a otros con amor fraternal, honrándose a porfía mutuamente”(2). Deben, por consiguiente, los presbíteros consociar las diversas inclinaciones de forma que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles. Son defensores del bien común, del que tienen cuidado en nombre del obispo, y al propio tiempo defensores valientes de la verdad, para que los fieles no se vean arrastrados por todo viento de doctrina (3). A su especial cuidado se encomiendan los que se retiraron de los Sacramentos, e incluso quizá desfallecieron en la fe; no dejen de llegarse a ellos, como buenos pastores.(4)

 

(1) Chatelard, Carlos de Foucauld. El Camino de Tamanrasset. Madrid: San Pablo, 2003.

(2) Rm 12,10

(3) Ef, 4, 14

(4) P O 9 §3

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