12/08/2020
Fue un acierto total. Entre los que vivimos en la Residencia Diocesana había ido creciendo la conciencia de que teníamos una deuda. Habíamos salido indemnes de la pandemia del Covid-19 gracias al trabajo y a las atenciones de muchas personas. No podíamos pasar página sin más. Por eso, el día 31 de julio, nos reunimos todos, residentes y responsables de los distintos servicios, para saldar esa deuda. Y en un acto sencillo, que reunió a más de 60 personas, se hizo, fue un acierto.
Fue un acierto también el lugar escogido para este acto. En una mañana cálida, nos citamos en uno de nuestros patios interiores, el que preside un exuberante olivo, que ofrece una sombra fresca y generosa. Era un espacio agradable, en el que se estaba a gusto. Comenzando don Carlos, nuestro obispo, allí se fueron desgranando palabras, sentimientos y gestos de gratitud y felicitación por el buen trabajo que unos y otros habían realizado. Todo quedó plasmado en la placa que se descubrió y que se decía: “A nuestro personal, que con tanta generosidad y competencia afrontó el confinamiento durante la crisis del coronavirus”.
No hubo protocolos. Todo fue tan sencillo como auténtico, vivo y sincero. Todas las palabras se decían desde el corazón y al corazón llegaban. Pude captar algún temblor en la voz del que hablaba o alguna lágrima en los que escuchaban. Aunque, siendo sincero, debo confesar que para mí llegó un momento en el que las palabras dejaron de ganar mi atención. Empecé a sentirme seducido por el frondoso olivo que nos cobijaba. Ganó toda mi atención su lenguaje simbólico y evocador. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que para aquel acto no había en todo el edificio un espacio mejor que aquel en el que nos encontrábamos. Convocarnos en aquel lugar, a la sombra del olivo, fue un acierto total.
Lo primero que ganó mi atención fue el paralelismo que yo percibía entre el desastre que acabábamos de pasar y el diluvio universal, primera pandemia de la que tenemos noticia en la historia universal. El número de víctimas de ambos desastres era incalculable. Pero yendo a los detalles: la variedad de los aquí reunidos, con uniformes y atuendos distintos (auxiliares de enfermería, encargadas de la limpieza, trabajadores en la cocina y comedor, personal de mantenimiento y administración…), aquella heterogeneidad me evocaba la variedad de los que iban el Arca de Noé. Pero, ante todo, nuestro olivo me recordaba aquella ramita, precisamente de olivo, que una paloma llevaba en su pico. Al cobijo de las ramas de olivo estábamos anunciando que los dos desastres estaban remitiendo.
A partir de este momento el poder evocador del olivo fue en aumento captando cada vez con más fuerza mi atención. Ahora evocaba su fruto precioso, al que Pablo Neruda cantó en una oda:
En mi memoria cobró entonces una viveza singular la historia de aquel samaritano itinerante que no pasó de largo ante un hombre malherido que vio tirado al borde del camino. En su elemental equipaje llevaba aceite y con ella alivió el dolor y curó las heridas. El paralelismo entre aquel gesto y lo que habían realizado, en modos distintos, todos los que tenía a mi lado era evidente. La parábola no era una historia pasada, sino una crónica de la realidad más reciente y actual. Aquí estaban los “nuevos samaritanos”, y con toda razón estaban a la sombra de un olivo. No era por casualidad. Fue un acierto total.
Surgió luego en mi memoria con especial intensidad el recuerdo del drama que vivieron en un “huerto de los olivos” Jesús y tres de sus discípulos. Aquella fue una noche singularmente negra y oscura. El tronco retorcido del olivo que tenía delante, y en el que centraba ahora mi atención, expresa con fuerza sentimientos de pavor, angustia, pánico y firmeza. Entre esos sentimientos vivió Jesús aquella noche entre olivos. Y así la vivieron también aquellos de los presentes que habían tenido que soportar la negra y angustiosa hospitalización. Ahora, éste era su lugar, a la sombra de un olivo.
En estas tres evocaciones, siendo tan distintas, se puede decir que hay un común denominador: la voluntad de transmitir vida por amor. Lo refleja muy bien este breve poema de M. J. Barquero: