24/11/2019
Terminamos el Año Litúrgico celebrando la solemnidad de Cristo Rey. En nuestra diócesis una de las representaciones artísticas más sobresalientes y llamativas de esta iconografía la contemplamos en el ábside mudéjar de la iglesia de San Juan de Alba de Tormes. Cristo aparece en el centro, sentado en el trono real, y rodeado de los doce apóstoles a ambos lados. Las trece figuras están talladas en piedra y fueron policromadas, aunque el desgaste corrobora que se encontraban originalmente situadas en el exterior, posiblemente sobre la puerta de la desaparecida iglesia del Salvador. El hieratismo de las figuras, los ojos excesivamente abiertos, su posición frontal, los ropajes pegados al cuerpo y los rostros alargados son propios del estilo románico del siglo XII, aunque se percibe ya un avance del artista por querer humanizar a los personajes con rostros distintos.
Al contemplar la imagen de Cristo del Apostolado de Alba confirmamos que en el siglo XII se produce un cambio importante. Antes los artistas se habían inspirado en el Libro del Apocalipsis (cf. Ap. 4 y 5) para representar a Jesús en la majestad divina: rodeado de los cuatro evangelistas (tetramorfos), bendiciendo, con el libro en la mano, rodeado de los veinticuatro ancianos, envuelto por la mandorla… Según transcurre el siglo XII el Cristo en Majestad del Apocalipsis deja paso al Cristo Juez de los evangelios: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria” (Mt 25, 30; cf. Mc 13, 26-27). En el siglo XII el arte necesita representar el momento histórico final en el que Cristo volverá para juzgar al mundo. Y lo hace fuera del espacio sagrado del templo, a modo de advertencia para invitar a la conversión. Es Cristo victorioso el que vuelve rodeado de sus apóstoles: “Cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a los doce tribus de Israel” (Mt 19, 28). “Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Para representar a Cristo juzgando al final de los tiempos, el artista del apostolado de Alba se ha servido de algunos elementos simbólicos. Los principales y más llamativos son aquellos que sostiene entre sus manos: el cayado del pastor y el cetro del rey. Esta imagen está tomada del Antiguo Testamento: “No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos” (Gn 49, 10). Es una profecía cumplida en la primera venida de Cristo, ya que es el esperado descendiente de la tribu de Judá, pero que vale también para la segunda y definitiva venida. Por eso, en la representación de Alba Jesús es Pastor y Rey a la vez. Según relata el Evangelio, cuando regrese reunirá a toda la humanidad ante su presencia, como hace un pastor con sus ovejas al final del día, y desplegará su poder real, simbolizado por el cetro: “Serán congregadas delante de Él todas la naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (Mt 25, 32).
Si nos fijamos los pies de Cristo están calzados en contraste con los pies descalzos de los apóstoles, Jesús es el Juez que viene a pronunciar el veredicto final. Además, Cristo está lleno de sabiduría, en su rostro destacan sus grandes ojos, que miran más allá de las apariencias; del mismo modo el pelo y la barba largos están partidos al medio, son propios de alguien que es la personificación de la Sabiduría. Por lo tanto, delante de esta imagen de Cristo Pastor y Rey sentimos que al mirar somos mirados: “Señor, ú me sondeas y me conoces… ¿a dónde escaparé de tu mirada?” (Sal 138, 7b). Es el Juez cuya mirada “no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón” (Samuel 16, 7). Lejos de atemorizarnos, la imagen de Cristo del Apostolado de Alba está para llenarnos de esperanza, ya que Cristo está actuando más como Pastor que como Rey, pues empuña con la fuerza de su mano derecha el cayado, pero el cetro es sostenido suavemente sobre la palma de la mano, sin ser utilizado todavía. El Señor llegó y está llegando primero como el Buen Pastor, que viene a salvar y reunir a las ovejas perdidas por el pecado. El cetro es una invitación a cambiar de vida ya, antes de que se manifieste como Rey al final de los tiempos y juzgue a los que se han condenado por no haber acogido su Evangelio de gracia.
Aparentemente ha terminado la tarea de los apóstoles, porque están sentados en los tronos y sus evangelios cerrados. Jesús les había enviado a anunciar el Evangelio hasta su vuelta. Ya está aquí, todo está a punto para comenzar el Juicio Final a la humanidad y al universo. Sin embargo, hay dos apóstoles que permanecen todavía con el libro abierto. Es como si se concediera un tiempo de gracia para el anuncio y la conversión. De esta manera, las imágenes de los apóstoles y Cristo nos persuaden a no desaprovechar este tiempo de tensión escatológica que nos queda: “Estad también vosotros preparados, porque cuando menos lo penséis, vendrá del Hijo del hombre” (Lc 12, 40). No olvidamos que debajo de este conjunto escultórico estaba la puerta de la iglesia, invitando a entrar y acoger su salvación celebrada en los sacramentos. Estamos invitados en libertad a acoger su mensaje y su persona: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).