ACTUALIDAD DIOCESANA

08/10/2024

¿En qué campo se siembra hoy la sinodalidad? La Iglesia, estandarte de sinodalidad

Ante la segunda asamblea del Sínodo de los obispos que se está celebrando en Roma hasta el 27 de octubre, el sacerdote diocesano, Tomás Durán, reflexiona en su artículo de opinión del segundo martes de cada mes sobre la necesidad de sembrar la sinodalidad a través de “la escucha y el diálogo para el acuerdo y la comunión”

En este mes de octubre se celebra la segunda asamblea del Sínodo universal para la sinodalidad (del 2 al 27 de octubre). Es mucho lo que se ha orado, trabajado y elaborado en la larga -¿demasiado larga?-  fase de preparación. Quisiéramos hoy, que estamos expectantes ante la luz que nos puede venir de este Sínodo, reflexionar sobre esta pregunta: ¿En qué campo se siembra hoy la sinodalidad?

 La antropología social, la organización social y el derecho constitucional hace que, con no poca frecuencia, en la actualidad haya una brecha entre la comprensión de la modernidad sobre la vida democrática, y las prácticas de la Iglesia en relación a la participación de los bautizados, especialmente las mujeres, en la vida eclesial y la misión en el mundo. Hoy nos encontramos con nuevos paradigmas de interpretación de lo humano y del vivir social, con nuevos modelos antropológicos, sociológicos y de pertenencia social[1].  Y parece que ya solo lo consultivo nos vale; queremos avanzar para también “participar en la elaboración de las decisiones”[2] , en la vida y misión de la Iglesia. El diálogo es el modo de presencia de la Iglesia en el mundo, un diálogo que encuentra su paradigma en la synaxis litúrgica, que es “diálogo de Dios y su pueblo” (SC 33), y el acto de la revelación, “donde Dios habla a los hombres como amigos” (DV 2,3,4)[3].

En la vida misma de la Iglesia hay una tensión en la comprensión de la sinodalidad, que se traduce, no pocas veces, en disensiones, polarización y desencuentros. También en un gran déficit de comunión. Todo el posconcilio hemos vivido “conflictos intraeclesiales entre representantes de una modernización más decidida de la fe, por una parte, y los partidarios de un perfil más claramente identitario, contrastante y continuista con la tradición, por otra”[4]. Basta ver los digitales de información religiosa, de uno y otro signo. El camino sinodal de la Iglesia en Alemania es un ejemplo palpitante[5] de lo que señalamos.

En el mundo y en la sociedad, dicen los analistas, hay un “déficit” creciente de la vida democrática. Y aparece con fuerza lo que han comenzado a llamar “Democracia 3P”: populismo, polarización y postverdad [6]. Las deficiencias del ejercicio democrático, junto con el deseo del mercado de lograr una economía capitalista y globalizada sin democracia, avanzan en el deseo de muchos líderes de construir democracias más autoritarias, con poderes fuertes o semidictatoriales, frenando el diálogo, la escucha y el consenso. Las actuales guerras son un síntoma dramático del “acomodo mundial” de las potencias de siempre, y las emergentes, por definir la cultura que domine el mundo, el control de las energías renovables que emergen, y de la comunicación, que todo lo controla y es fuente dominación por el conocimiento que de nosotros obtiene.

Son los pobres los mayores perjudicados, pues es en los “lugares geográficos periféricos” que habitan, y en “los lugares geoestratégicos” de las materias primas, donde se pelean los imperios (“tercera guerra mundial troceada”. Francisco). Y el fruto de todo ello es el hambre, los desastres medioambientales, la desertificación, las guerras y el neocolonialismo, que generan además flujos migratorios dramáticos y rentables (mafias y estados-aduanas) en su recorrido, con pérdidas de vida en las fosas marinas y resistencias en la acogida e integración en los “lugares geográficos del bienestar”.

Bien es verdad que hay un deseo en la humanidad de concordia, vida fraterna, solidaridad… La conexión digital es un reflejo de ese deseo, pero estar conectados no quiere decir que seamos una comunidad. Somos individuos aislados en la red-enjambre, pero en la más pura individualidad e individualismo[7].

Estamos conectados en las redes, pero sin experiencia de comunitariedad. Salvo las fiestas estivales de los pueblos (añoranza festiva) y sus paelladas comunitarias como únicas noticias del despoblado y desierto rural, el individualismo emerge en el aislamiento de las urbanizaciones, barrios, soledad en el medio rural… No hay nada que llene más de fuego el corazón, que la presencia, la mirada, la conversación, el camino común y compartido. Todo está dibujado en las entrañas de nuestra alma y de la humanidad, un campo necesitado de ser sembrado en la mistagogía de la experiencia del camino de Emaús[8], ruta unas veces confesional y también como mistagogía laica (senderismo, rutas…).

En este contexto, de manera aproximada, es donde hablamos de sinodalidad y donde se quiere hacer la siembra de este importante aspecto de la vida eclesial. ¿Cómo puede ser la sinodalidad un fermento, una luz y sal para el momento presente de la sociedad, la cultura y la política?  Ofrecemos esta palabra del papa Francisco, un tanto desconocida, que es una luz tanto para vivir esta comunión en la Iglesia (hacia dentro), como en la sociedad actual (hacia fuera), pues en ambas hay que sembrar la sinodalidad, que no es sino la escucha y el diálogo para el acuerdo y la comunión. Él ha apostado, desde el principio, por una Iglesia sinodal como “estandarte alzado entre las naciones”.

“Nuestra mirada se extiende también a la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11,12) en un mundo que —aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público— a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder. Como Iglesia que «camina junto» a los hombres, partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño de que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros”[9].

Así sea. Oramos y esperamos luz de la Asamblea sinodal.

Tomás Durán Sánchez. Párroco “in solidum” de Doñinos de Salamanca.

[1] Cf-. Cf. Serena Noceti. Reforma e inculturación de la Iglesia en Europa, Pp. 543-560, en Antonio Spadaro/Carlos María Galli (eds.). La reforma y las reformas de la Iglesia. Sal Terrae, 2016.

[2] Cf. Alphonse Borras. La sinodalidad formal en acción: más allá de la polarización entre lo consultivo y lo deliberativo. En Revista Concilium, Sinodalidades. Abril 2021. Número 390, Pp. 245-256.

[3] Cf. Gilles Routhier.  La renovación de la vida sinodal en las iglesias locales, pag. 757-271, en Antonio Spadaro/Carlos María Galli (eds.), La reforma y las reformas de la Iglesia. Sal Terrae, 2016.

[4] Cf. Santiago del Cura, Un Concilio para el siglo XXI. El Vaticano II como evento, doctrina y estilo. Salamanca, 2015.

[5] Cf. Julia Knop y Martin Kirschner. El Camino Sinodal de la Iglesia en Alemania y su relevancia para la Iglesia universal. En Revista Concilium, Sinodalidades. Abril 2021. Número 390, Pp. 185-198.

[6] Cf. Moisés Naím. La  revancha de los poderosos. Madrid: Editorial Debate, 2022.

[7] Cf. Byung-Chul Han. En el enjambre digital. Barcelona: Herder, 2014.

[8] Cf. Agustín Blanco. Por el camino de Emaús: la sinodalidad en un mundo hiperconectado. Revista Sal Terrae, 107 (noviembre 2019) Pp. 887-900.

[9] Cf. Papa Francisco. Discurso del santo padre Francisco. Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los obispos.  Roma, 17 de octubre de 2015.

 

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