07/11/2024
El día 10 de noviembre celebramos el día de la Iglesia Diocesana. Es un día especial para crecer en el sentido de pertenencia a la comunidad diocesana, ser conscientes de sus verdaderos problemas y dificultades, pedir por ellos y colaborar en su solución, cada uno desde el lugar que el Señor le ha asignado en la vida de la Iglesia.
No son pocas las dificultades con las que se encuentra actualmente la vida de nuestras diócesis, donde la cultura predominante invita a dejar a Dios de lado, sin incidencia ninguna en nuestras vidas. Hoy, la vida de nuestros contemporáneos se rige por el principio de actuar como si Dios no existiera. Posiblemente, no lo niegan explícitamente, pero, en realidad no tiene nada que ver con su vida.
Con gozo, debemos reconocer que, para no pocos, Dios sigue siendo Dios, quien da sentido a su vida, infunde esperanza y es fuente de alegría y consuelo en la tribulación. Su fe procura aceptarlo como Dios en todas las áreas de su vida, no sin deficiencias y dificultades.
Uno de los problemas más importantes, si no el mayor, es el de las vocaciones al presbiterado y a la vida consagrada. “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación” (EG 26).
Dios tiene sobre cada uno de nosotros un sueño, y durante toda nuestra vida no hace otra cosa que mostrarnos y facilitarnos el camino para hacerlo realidad. Nosotros, en ocasiones, vamos tan distraídos que no somos capaces de reconocer el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y nos empeñamos tozudamente en perseguir nuestro sueño inconsistente. Hacer que nuestro sueño y el suyo coincidan es el secreto de la felicidad.
La verdad es que el Señor te elige antes de darte vida. Digamos que, antes de formarte, te piensa, te ama, te escoge. Es un amor inmenso que te envuelve y te conoce mucho antes de nacer. Dios cree en nosotros antes de regalarnos la existencia. Es hermoso experimentar que alguien apuesta por ti. Dios te conocía antes de nacer, ha pronunciado tu nombre y te lleva pegado a su corazón.
Sin embargo, cuando los jóvenes proyectan su futuro, lo hacen solo en función de sus intereses personales de autorrealización; reducen el futuro a la elección de una profesión, teniendo en cuenta solo la situación económica o la satisfacción afectiva.
Urge cultivar la vida como vocación para que surja una cultura vocacional. La vida es vocación; el Señor crea, ama y sigue llamando. Esto nos llena de esperanza.
Nosotros, como Iglesia, somos la comunidad de los llamados. La vida es vocación. La vocación está en el corazón de todos. El asunto es despertar la conciencia de este secreto: que la vida se nos ha dado para entregarla.
+ José Luis Retana, obispo de la Diócesis de Salamanca