ACTUALIDAD DIOCESANA

24/05/2024

Vivir trinitariamente

En su comentario al Evangelio de la solemnidad de la Santísima Trinidad, el sacerdote Adsis Mariano Montero resalta el significado de la invocación “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Una fórmula clave para abrirnos a la presencia de Dios, vivir conforme a nuestra fe y relacionarnos con el prójimo

 

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, decimos cada vez que nos santiguamos. Es la contraseña para entrar en la presencia de Dios, abrirnos a Él en la oración y las celebraciones litúrgicas, y vivir con Él nuestro caminar por este mundo.

Es el Credo resumido: expresa nuestra fe en Dios Padre que nos crea, en Jesucristo el Hijo que nos redime y en el Espíritu que nos reúne y santifica. Al nombrarlos juntos, reconocemos el misterio de su ser tres en unidad, uno en trinidad, en una dinámica eterna de donación mutua: el Amante, el Amado y el Amor. Al invocarlos revelamos también su relación con nosotros: el Padre compasivo que vela por todos, el Hijo que se encarna y se entrega por nosotros, el Espíritu que nos inserta en la caridad fraterna y solidaria. Y la expresión “en tu nombre” -‘eis to onoma’– manifiesta nuestra súplica y deseo de orientar nuestro ser y nuestra vida hacia el Dios Trinitario, de vivir no centrado en mí mismo sino en el amor a Él y al prójimo. Es decir, manifiesta mi anhelo e intención de “vivir trinitariamente”.

Así es en ti, ¿verdad?… ¿O no? ¿O es que con los años el santiguarnos se ha convertido en un gesto automático, despojado de su sentido más profundo, desconectado de nuestra vida real y de lo que acontece en el mundo?
Este domingo, una mujer cristiana llora la muerte de su hijo pequeño en la ciudad palestina de Ràfah, tras un bombardeo del ejército israelí. Llevaba siete meses buscando un lugar seguro para su familia, de ciudad en ciudad, sin casa ni comida. Ahora su llanto grita que ha muerto un inocente, uno más entre miles, y que ha muerto el derecho humanitario internacional, en un conflicto armado que no diferencia entre combatientes y civiles. La mujer, con un dolor inmenso, pide a Dios que se acabe la violencia entre los humanos y hace la señal de la cruz sobre la frente de su hijo: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Esta mañana, un salmantino que ha celebrado la misa de la Santísima Trinidad en su parroquia, está leyendo las noticias mientras toma un café. Noticias que hablan de guerras sangrientas lejanas y de enfrentamientos políticos cercanos, en una dinámica creciente de crispación y odio, que convierte al adversario en enemigo y postula que en este mundo solo caben los buenos, o sea, los del propio partido, raza o nación. El hombre piensa en las próximas elecciones europeas, pide a Dios que podamos vivir de acuerdo a nuestro lema continental –“unida en la diversidad”- y se santigua: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.  

Hoy, un párroco presenta a sus feligreses la última carta de la Conferencia Episcopal Española, titulada “Comunidades acogedoras y misioneras”. Esta nos llama a acoger, proteger, promover e integrar a las familias migrantes que llegan a nuestra tierra. Nos insta a considerar a las personas migrantes no un problema, sino una oportunidad de enriquecimiento mutuo. El sacerdote dice: “esta es una de tantas concreciones posibles de lo que celebramos y proclamamos este domingo: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, nos comprometemos a vivir trinitariamente”.

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