14/05/2024
En cierta ocasión, en una reunión, hablando de la tarea pastoral, uno de los sacerdotes participantes mostró un teléfono móvil, elevándolo un poco, y señalándolo, dijo: “Con esto puedo atender todas las parroquias que quiera”. Y cierto, recorres las puertas de los templos parroquiales y en casi todas ellas está en el tablón de anuncios el móvil del párroco. Además del hecho en sí, ocurrido en esa reunión, resonó con fuerza la palabra “atender”. Creo que es la clave. A ello vamos a dedicar una pequeña reflexión.
Si miramos los evangelios, en el camino de Jesús, en lo que se llama su vida pública, narrada principalmente por los sinópticos, aparecen los verbos “recorrer”, “pasar junto a”, “mirar”, tocar”… relacionados con su misión. Son palabras de “presencia”. ¿Distinto a “atender”?, en medio del pueblo y de las gentes. Hay un texto del Concilio que evoca esta presencia cercana y reiterada: “El Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana. Asistió a las bodas, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores…Santificó las relaciones humanas, principalmente las familiares, de donde surge la vida social…Quiso llevar la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra” (Gaudium et Spes, 32). Se hizo presente por los caminos, en las aldeas, en los cruces de los caminos, en las fronteras, en el templo… Prácticamente, el evangelio es un libro de encuentros, de su presencia entre los hombres y mujeres: pescadores, mendigos, ciegos, jóvenes, niños…
Es verdad que 375 parroquias rurales, con sus 375 mesas eucarísticas, sus 375 pilas bautismales, con los 52 domingos y las fiestas patronales, las fiestas grandes del Año Litúrgico, Navidad, Pascua, los entierros y funerales, los aniversarios… y la escasez de sacerdotes, han hecho que tengamos que distribuirnos este territorio parroquial para mantener y “atender” unos servicios religiosos que nadie nos atrevemos a simplificar ni reducir. Todo el mundo quiere lo suyo, en su lugar, sin moverse de allí, a la hora que solicita, de manera precisa, y a la carta si puede ser… Cada alcalde puntualmente te señala la cita de la fiesta patronal, el horario fijo, la procesión y el convite correspondiente. Cada funeraria sabe el número de tu móvil y te señala día y hora. Lo que hacíamos en dos parroquias, después fue en ocho, y ahora son los mismos servicios para 22 con un sacerdote. “Que voy… sí”. “Tranquilo, anotado, iré…”. “Vale, a tal hora estoy en el funeral”. “No se apure, Sr. Alcalde, anoto la misa y la procesión”, son la generosas respuestas del sacerdote que recorre al volante de su automóvil un extenso territorio. No digamos la obras, los constructores, los nidos de la cigüeñas que se caen, el tejado lleno de goteras, la casa parroquial que se derrumba… ¡son tantas cosas que “atender”!
Para esta función ministerial son necesarias agendas interminables, cuadrantes celebrativos mensuales necesarísimos para no morir en el intento, y tener enlaces telefónicos en cada parroquia que son imprescindibles, ¡y la vida nos dan! ¡Claro, el móvil es de gran ayuda para “atender” cuantas parroquias podamos! Y no digamos si, además, el Obispo te da una tarea en la Curia diocesana, una delegación, una encomienda en el Cabildo, en las clases de Religión,… o lo que nos solicitan desde otras instancias eclesiales o civiles. A esto se añaden las reuniones arciprestales y diocesanas. Pues pasa que a todo vamos corriendo, llegamos tarde y nos vamos deprisa y nerviosos. ¡Pero también, cuánta generosidad en los sacerdotes! ¡Qué dedicación día y noche! Sí que pediríamos a todos, laicos y miembros de nuestras comunidades, que nos soliciten otras cosas más allá de los servicios religiosos puntuales. Somos apóstoles de Jesús, no funcionarios de lo sagrado.
Al llegar a este punto dejamos este párrafo impactante de un obispo francés, en un libro que es el grito de un padre dolorido ante la vida de sus curas rotos, y que recomendamos leer:
“La falta de sacerdotes se intenta paliar con reagrupamiento de parroquias (las llamadas unidades o zonas pastorales…). Los sacerdotes actúan más como gestores que como ministros de la eucaristía. Tienen a su cargo extensos territorios y las relaciones con los fieles se van reduciendo, mientras se multiplican las reuniones de todo tipo para organizar la pastoral con laicos y diáconos. Muchos sacerdotes están insatisfechos. Algunos se sienten más organizadores que pastores y se preguntan cómo resistir sin “perder el alma”[1].
Y es que, unido a lo del párrafo anterior, los análisis sociológicos señalan un cambio cultural y antropológico fortísimos, y se da una despoblación enorme y una caída en número del presbiterio diocesano. ¿No estará sugiriendo todo esto un paso de la “atención” a la “presencia”? ¿De una atención cultual, administrativa, a una “presencia misionera” que “recorra”, “pase junto a”, “tenga tiempo” para “escuchar”, “tocar”, “mirar”, “llamar”, “estar”, tal como hacía Jesús? El reto está de pasar de la atención a unos servicios religiosos a una presencia misionera: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que la costumbres, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii Gaudium, 27). Es cierto que vamos avanzando en este camino, pero muy tímidamente. Los huecos territoriales nos comen.
Para finalizar, a fuer de alargarnos, citamos este párrafo del mismo libro y ahí lo dejamos para meditarlo:
“Aunque esté tan fascinado por Cristo como para decidir entregarle su vida, un joven adulto no se sentirá en absoluto atraído por el ministerio sacerdotal si solo ve sacerdotes corriendo de una parroquia a otra, de un lugar a otro, de una unidad pastoral a otra”[2].
[1] Cf. Gérard Daucourt, Sacerdotes rotos. Salamanca: Sígueme, 2023, pág. 33.
[2] Cf. Gérard Daucourt, o.c. pág. 36.