15/03/2024
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
El 19 de marzo, en la solemnidad de San José, se celebra el Día del Seminario. Esta fecha no es solo una oportunidad para rezar por las vocaciones, sino también para expresar gratitud y reconocimiento hacia los sacerdotes, quienes han consagrado sus vidas al servicio de Dios y la Iglesia. A menudo, la labor del presbítero y lo que representa es infravalorado en la sociedad, que tiende a enfocarse en el escándalo de unos pocos en lugar de valorar la contribución diaria y discreta de la mayoría de los presbíteros.
Pero, ¿cómo perciben los fieles la figura del sacerdote? Para responder a esta pregunta, hemos recopilado los testimonios de varias personas de la comunidad diocesana de Salamanca, quienes han compartido sus impresiones a raíz de la consulta realizada por el rector del Seminario diocesano y enviada a los párrocos. A través de estos testimonios se aprecia la influencia y el impacto positivo que los sacerdotes tienen en la vida y en el camino de fe de estas personas.
Juani, María Luisa y Antonia, de Carbajosa de la Sagrada, resaltan la importancia de la figura del sacerdote en nuestra sociedad. Su labor es fundamental: en primer lugar, se dedican a evangelizar, “enseñándonos a conocer y amar a nuestro Señor Jesucristo”. Además, actúan como guías espirituales, ofreciendo apoyo y orientación. “Escuchan nuestras inquietudes, nos ayudan y nos corrigen de manera desinteresada, con el objetivo de que podamos crecer como personas, vivir con esperanza y cultivar valores morales que nos permitan construir un mundo mejor”. Resaltan también la atención que prestan “a los que no tienen recursos y a los pobres de espíritu”.
Azucena es feligresa de Villamayor y agradece que los presbíteros la orienten en los momentos de duda y dificultad. Reconoce que son “el eslabón” que le une a Jesús y le da a conocer a Dios.
Tita, de Alba de Tormes, afirma que los sacerdotes “son modelos de servicio y amor al prójimo”. Este sentimiento lo comparte Cándido, quien guarda un recuerdo entrañable del sacerdote que le acompañó durante su etapa colegial. “Era un gran devoto de la Virgen María y un hombre de oración que encarnaba la presencia de Cristo en su amor a la eucaristía, siempre estaba dispuesto a hacerla vida tendiendo una mano a los demás”. Recuerda que en la fiesta que celebraban previa a la Navidad, “él marchaba a la hora de la cena para acompañar a los enfermos que se encontraban solos en el hospital y ofrecerles una palabra de aliento”. Es algo que descolocaba a los jóvenes que, como Cándido, recuerdan de este presbítero “su total desprendimiento y dedicación a los más necesitados”.
Pepita y Loli, de Alba de Tormes, destacan que “el sacerdote es imprescindible para nuestra vida de creyentes”, ya que “por la gracia recibida hacen presente a Cristo. Celebran la eucaristía y administran los sacramentos, por medio de los cuales Dios nos concede su gracia y su perdón”.
Mª Ángeles valora la vocación de los sacerdotes “han dedicado su vida, no sin sacrificios y difíciles renuncias a una vocación de bien”. Y destaca que su labor “como intermediarios de Dios y nosotros, es mucho más de lo que nos parece”.
Encarna y María, de la parroquia El Milagro, coinciden en esta opinión. Para ellas, en su servicio a la comunidad, los sacerdotes “no solo orientan nuestra vida de fe y nos acercan a Jesús, también hacen que podamos gustar y saborear la Palabra de Dios y lo alabemos por su inmenso amor”.
La labor del sacerdote abarca toda la vida de la comunidad, estando presente en los momentos de alegría y tristeza, en las celebraciones y en los momentos difíciles, ofreciendo su apoyo y consuelo a todos los que lo necesitan. Por eso, para Esperanza, los sacerdotes son “el samaritano que cura las heridas”, como lo experimentó durante su enfermedad. En su cama de hospital, Esperanza aguardaba la visita del capellán, quien le transmitía “una profunda paz y serenidad” en medio de su enfermedad. “Sus palabras eran un bálsamo que me reconfortaba en el momento de angustia y temor por el que atravesaba”, recordándole la presencia de Cristo en su sufrimiento.
También Asun aprecia profundamente el apoyo incondicional, la paciencia y empatía de su párroco, quien no solo ayudó a su hermano a salir del pozo de su adicción al alcohol, acompañándole en su proceso terapéutico, sino que también estuvo presente para apoyar a su familia en todo momento. El paso de este sacerdote por la comarca del Campo de Peñaranda marcó la vida de los feligreses, como recuerda Miguel por “su sencillez, capacidad de escucha y acogida”, actitudes que ahora manifiesta en la comunidad a la que acompaña. Cercano a los jóvenes era capaz de ilusionarles e involucrarles en la vida parroquial, como señalan dos catequistas que guardan en su memoria de manera especial “las celebraciones del Triduo Pascual, especialmente la Vigilia, que preparábamos y animábamos juntos e intentábamos involucrar a toda la comunidad en el misterio que celebrábamos”.
Los sacerdotes son “un puente imprescindible entre Dios y nosotros, un referente y una necesidad que contrarresta la oscuridad espiritual y la pérdida de valores en nuestra sociedad actual”, afirma una feligresa albense quien valora la vocación de su párroco. “Se preocupa y ocupa de las necesidades de nuestra vida espiritual y terrenal”, lejos de buscar protagonismo, “trabaja de forma callada, con rectitud, compromiso, entrega generosidad y disponibilidad”.
Los presbíteros que han acompañado a la comunidad de Villamayor han dejado una profunda huella en Mª Paz y Soledad. En particular, rememoran con cariño el tiempo compartido con seminaristas y formadores durante su paso por el Seminario en Villamayor a finales de los 70. Esta etapa les ayudó a valorar aún más la dedicación y el servicio de aquellos llamados por Dios al ministerio sacerdotal, con quienes guardan una bonita amistad y a quienes han acompañado también en su vida sacerdotal.
Mª Paz expresa su gratitud hacia estos “auténticos apóstoles” por haberla acompañado en su “proceso vital de fe, como eje vertebral de mi existencia”. Destaca además que la presencia del Seminario en el pueblo marcó un antes y un después en la vida de esta comunidad “convirtiéndonos en personas de fe, protagonistas de la vida del pueblo a nivel pastoral, social, político y cultural, para beneficio de todos”. Menciona que como resultado de lo compartido con el teologado durante esa experiencia, “siempre hay una petición espontánea en la oración de los fieles ‘por los sacerdotes y seminaristas, para que haya más vocaciones’”. Porque, como indica, “se necesitan apóstoles que anuncien la Buena Noticia, presidan la mesa de la Eucaristía, otorguen el perdón de Dios y acompañen a los más necesitados”.
Por su parte, Soledad se siente agradecida por formar parte de una comunidad viva, que es acompañada por un sacerdote, “él nos guía, escucha y anima, especialmente en los momentos más difíciles nos cuida y ayuda a profundizar en la fe”. Su presencia le hace tener bien presente a Cristo Resucitado como “piedra angular” de su comunidad. Por eso, pide por ellos en sus oraciones.
Finalmente, Sor Merce reconoce la importancia de apoyar y valorar a los sacerdotes en la sociedad, a pesar de que no están valorados como antes. “Hay muchos grupos y comunidades que los valoramos, los necesitamos y pedimos por las vocaciones en este invierno vocacional”. Y, con motivo del Día del Seminario, pide a San José que “nos dé una primavera” para la Iglesia.