25/02/2024
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ, MÉDICO Y COFRADE
Ya es segundo domingo de Cuaresma. Siempre, como en la fiesta del 6 de agosto, a estas alturas todavía tempranas del camino hacia la Pascua, subimos a un monte elevado. La primera vez fue reservada para Pedro, Santiago y Juan y salieron de allí desconcertados y con la orden estricta de no contar nada a nadie “hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”.
Sabiendo, como sabemos, que ha resucitado, podemos contarle a todos que la blancura del Tabor explica la oscuridad del Gólgota, que el efímero deslumbramiento de la Transfiguración nos conduce a la eterna verdad de la Resurrección, que esta luz en la que Dios nos habla para pedirnos que escuchemos a Jesús ilumina la Cruz en la que Dios lo entrega por amor, no para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él.
Sin embargo, muchas veces, repetimos la respuesta de Pedro, “¡qué bueno es que estemos aquí!”, y se nos ocurre la misma propuesta, “vamos a hacer tres tiendas”, porque estamos a gusto y nos vale así.
Es verdad que en el Tabor se está muy bien, y que es muy bueno que estemos en el Tabor, deslumbrados por el Señor, en asombro ante el misterio, pero no será un Tabor auténtico si no sentimos que, después de todo, Jesús sigue con nosotros y baja con nosotros de ese monte elevado para que tomemos la cruz detrás de Él.
Cuarenta días después del 6 de agosto, la Transfiguración, celebramos la Exaltación de la Cruz, el 14 de septiembre. Desde hoy, inmersos en este camino cuaresmal, contemplamos esa otra luz deslumbrante del Calvario, donde las tres tiendas son las tres cruces, y en el centro la de nuestro Redentor, que nos reúne en torno a ella para que la aceptemos, ¡qué bueno es que estemos aquí!, y ya no guardemos silencio, sino que a todos la anunciemos con gozo, pues el Hijo del hombre ha resucitado.