15/11/2023
TOMÁS DURÁN, VICARIO GENERAL
En toda la Diócesis de Salamanca la misión en Paraguay forma parte del imaginario pastoral de casi todos sus sacerdotes y de muchos de los fieles laicos pertenecientes al Pueblo de Dios. Desde hace setenta largos años, un buen número de presbíteros salmantinos han misionado en aquel país. Decir sus nombres nos llevaría mucho espacio y siempre nos olvidaríamos de algunos de ellos. Pero el Seminario de Asunción, el de Villarrica, la parroquia de Santísima Trinidad, el Colegio del Carmen, Capiatá… y otros muchos lugares son conocidos por nosotros y forman ya parte de nuestra oración, conocimiento, y hasta de la visita de los obispos, compañeros, jóvenes y familiares.
Estas personas y estos lugares los hemos hecho nuestros con más o menos acogida, porque el carácter charro nos hace ser remisos, con una distancia entre altanera y distante, ante aquello que deslumbra demasiado o que quieren hacerlo deslumbrar. Pero en el corazón y la oración, están sus nombres, sus obras, sus lugares, que se han hecho nuestros como una prolongación salmantina de la geografía humana diocesana de la Armuña, la Sierra, los Arribes… Gracias. Hoy permanece allí el sacerdote más longevo de nuestro presbiterio, Leoncio Redero, como orgullo y estima entre sus compañeros, los que le conocen y de la Diócesis entera.
Ayer falleció José María Velasco. Quienes le conocieron saben su carácter serio, riguroso, trabajador, recto, cabal, luchador infatigable por la justicia. Sobre este carácter se sembraron en él los valores evangélicos del seguimiento de Jesús y de una inserción eclesial silenciosa, humilde y escondida. No quería aparecer nunca en los escenarios clericales, creemos que allí y sobre todo aquí cuando nos visitaba. Su labor era la cercanía del anuncio del Evangelio, la tarea pedagógica de los colegios, la denuncia rigurosa de la corrupción y la búsqueda del Reino de Dios y su justicia.
Esta Diócesis de Salamanca plantó con él una encina charra en las tierras de Paraguay. Humilde y sencilla, este árbol se hunde en la tierra con grandes raíces, parda y de frutos parcos pero nutrientes de la mejor chacina. La encina es firme en el estío, silenciosa cuando está rodeada de la niebla en los fríos días del invierno. Así fue José María Velasco, nacido entre los encinares de Tabera de Abajo, hijo de unos humildes agricultores, miembro de una familia de ocho hermanos, misionero por vida, con hondas raíces silenciosas en Paraguay. Gracias, Velasco, por esa siembra del grano del trigo tan generosa y por un evangelio vivido con la seriedad y rigor salmantino del dicho evangélico de “sea vuestro lenguaje sí, sí; no, no. Lo que pase de ahí viene del maligno” (Mt 5,37). Lo cual no quiere decir que no fuera cariñoso, lleno de entrañas de misericordia, sensible al sufrimiento, amigo de sus amigos y de todos, como ampliamente demostró en su vida apostólica sembrada entre los pobres. Una encina sembrada en el surco de la Iglesia de Paraguay.
Gracias, José María. Recogemos tu vida también sembrada aquí desde allí. Dios quiera que también nosotros nos sembremos aquí como si estuviéramos allí. Guardaremos tu memoria.