ACTUALIDAD DIOCESANA

16/05/2023

En memoria agradecida de Marcelino Legido López

La profesora Elisa Estévez, de la Universidad Pontificia de Comillas, ofrece algunas claves para entender la figura del sacerdote, filósofo, mistagogo y poeta, Marcelino Legido, cuyo legado tiene “un fuerte sabor a Evangelio”

 

ELISA ESTÉVEZ LÓPEZ

Las vidas de algunos hombres y mujeres tienen la fuerza de iluminar con sus vidas y sus obras los caminos que necesitamos transitar para recrear las identidades personales y colectivas, así como los proyectos de “vida buena” (eudaimonia) que entre todos queremos impulsar (1). Entre quienes nos precedieron en la fe, descubrimos con alegría y asombro agradecido, a Marcelino Legido, sacerdote, místico, profeta, maestro, mistagogo, pero, sobre todo, testigo de la fe. En esta encrucijada existencial, su figura es un tesoro preñado de ese saber no sabido cargado de significaciones  (2), en el que podemos advertir y vislumbrar el horizonte y las rutas para transitar de modo diferente en las sociedades actuales, y donde podemos identificar y nombrar esos puntos de orientación que hagan posible con humildad y osadía tejer con otros mimbres el proyecto de humanidad en esta coyuntura, que nos invita a habitar la incertidumbre y a acoger la vulnerabilidad como horizonte de plenitud que lleva a acoger, abrazar las heridas de la humanidad solidariamente, a proteger, amparar y amar con ternura.

Su legado, en el que hacemos memoria en esta web, tiene un fuerte sabor a Evangelio, y tiene vocación de generar espacios de palabra compartida que despierten la creatividad y las mejores energías al servicio de la Mesa compartida del Reino. La rememoración de lo que significó su vida y su obra, la presentación y reflexión sobre sus aportes teológicos, espirituales y pastorales tienen sin duda una fuerza impresionante para nuestro presente en la Iglesia y en las sociedades que vivimos. Queremos rescatar algunas claves que ofrecen suelo, palabra y horizonte para este presente.

1) Acoger el Don que viene de lo alto

La Palabra nutrió siempre la vida de Marcelino, como la lluvia que desciende y empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, para dar vida en abundancia (Is 55,10-11). La contemplación del Dios comunión marcó su mirada penetrante, consciente y atenta de esa Presencia amorosa en el entramado de la historia, manifestada de múltiples formas, y necesitada de abrirse plenamente para alumbrar una nueva creación (Rom 8). Sus largas horas de oración, mirando y dejándose mirar por el Crucificado por amor le provocó(3) a responder libremente con adhesión amorosa y agradecida, con su inteligencia y su compromiso con los últimos y con su disposición a caminar tras sus huellas con la fuerza de su misericordia entrañable. Marcelino se sintió mirado, amado y sostenido siempre por el Dios de entrañas compasivas, el Abba con quien se vivió en comunión incesante, recibiéndose permanentemente del ser de Dios. Ese fue el secreto más hondo de su vida, la mirada puesta siempre en Dios y las manos extendidas hacia los hermanos.
La pasión por Jesús y por el Reino fue la única que configuró plenamente su vida unificándola y estructurándola de una manera integradora. Dar la vida, regalarse sin medida, ser prójimo de quienes estaban en las cunetas sociales, restituir la dignidad y otorgar liberación, abrir las sendas hacia una nueva creación, fue el horizonte de futuro que se desveló para Marcelino, al igual que para Jesús, como fuente inagotable de sentido y proyecto.

2) Somos familia de hermanos en el Hermano

Marcelino Legido vivió profundamente la convicción de que la Iglesia es familia de hermanos que el Padre reúne, por manos de Jesús, el Hijo amado, en la unidad del Espíritu. En este camino sinodal como Iglesia, esta clave es central. Ser “familia de Dios” nos constituye en hermanos, en pueblo de Dios que participa y es corresponsable de la misión evangelizadora, independientemente de “su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe” (EG 120). Marcelino hizo camino con las gentes de los pueblos donde ejercía su ministerio y misión pastoral. Lo hizo sabiéndose y sintiéndose parte de la comunidad eclesial, miembro del “nosotros eclesial”, alentando el protagonismo del laicado, escuchando y dejándose enseñar por los hombres y mujeres del campo con quienes convivía, potenciando su co-implicación y participación corresponsable, y apostando con decisión por su formación cristiana. Su modo de hacer significaba en la práctica reconocer el olfato de todos los fieles para encontrar los nuevos caminos que el Señor abre para la Iglesia (sensus fidei) (4).

El don de la fraternidad, vivido en el día a día como hizo Marcelino, genera una comunidad inclusiva, abierta y universal en la que todas las barreras sociales, políticas, económicas, culturales, etc. se rompen de raíz. Somos acogidos por el Padre entre los brazos de Jesús con la fuerza de su Espíritu de amor, y por eso, como el apóstol Pablo proclama, ya no hay judío ni griego, libre ni esclavo, hombre ni mujer, ya que todos somos uno en Cristo Jesús (Gal 3,27-28). De ahí que las comunidades cristianas son fermento de nueva humanidad, y la provocación que reciben de Jesús, rostro visible del Dios invisible, es abrir las manos a todos los hombres y mujeres, y al universo entero.

Marcelino vivió, dio testimonio y enseñó cómo la opción por los pobres es indispensable para hablar de una fraternidad universal y entender la Iglesia como sacramento universal de salvación (LG 8b). De la misma manera que el Hijo Amado se encarnó abajándose hasta llegar a los abismos, así también la Iglesia está llamada a encarnar plasmando y viviendo en su cuerpo la opción de Jesús por los últimos, los desheredados, los pecadores y los estigmatizados. La opción por los pobres es, por consiguiente, la instancia crítica de una nueva forma de ser Iglesia de Jesús.

3) Misericordia entrañable que se abre paso en los márgenes

Frente a la extrañeza, la distancia, la exclusión… el cristianismo proclama la primacía de los últimos. La humanidad doliente, ante quien muchos vuelven el rostro (Is 53,3); son quienes orientaron el vivir, en el pensar, sentir y hacer de Marcelino. Ellos le prestaron su mirada. Con su reflexión y su ejemplo de vida, nos enseñó que a la universalidad sólo se accede desde las víctimas, desde aquellos y aquellas que tienen amenazado su puesto en “el banquete común”. Las periferias, junto con su fuerte experiencia del Dios comunión, fueron para Marcelino fuente de creatividad y conversión, de transformación y compromiso, le dieron la oportunidad de hacerse experto en humanidad solidaria. Su vida y su obra son el testimonio claro de que la universalidad construida desde los que están satisfechos, los que tienen trabajo y recursos económicos, los que viven en paz… corre todos los riesgos de una particularidad que deja fuera el sentir y el pensar, el vivir y el sufrir de las grandes mayorías, y desde luego, no hace posible la Mesa del Reino y la Casa común.

Marcelino cultivó un talante estudioso, imprescindible para enfrentar los retos sociales, para desvelar la complejidad de las situaciones, para “leer por dentro” y comprender los mecanismos de muerte que atenazan a millones de seres humanos y no quedar impasible ante los gritos de la infrahistoria. La llamada a dar razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15) en solidaridad con los “Lázaros” de este mundo, le llevó a vincular análisis social y profetismo, racionalidad y mística. La profundidad de su pensamiento teológico es expresión de todo ello. La sabiduría del crucificado por amor donde el rostro del Padre resplandece e irradia con todo su bien, su belleza y su bondad, se transparenta en la hondura con que vivió y fue testigo de Cristo, con una fe encarnada, un amor apasionado y una esperanza que supo trenzar los hilos de la historia con los hilos de Dios.

Con esta página web, reconocemos la luz de su sabiduría honda, arraigada profundamente en Dios y en el corazón de la historia, por su “ir habituándose” al modo de Dios y dejar que todo su ser fuera recreado por Él hasta que lo humano se fue perfeccionando porque estaba henchido de Dios.

Agradecemos su compromiso audaz y radicalmente evangélico por la nueva humanidad en la nueva creación, comenzando desde más atrás y más abajo para poder ir con todos más hacia delante. Damos gracias porque en él la misericordia entrañable con que Dios nos ama irradió en su vida provocando a seguir las huellas del Señor que encabeza la marcha hacia el Reino. Agradecemos su compromiso con la Iglesia acompañando su caminar desde las cunetas sociales con sabiduría, inteligencia, amor y entrega generosa.

Elisa Estévez López, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid.

________________

(1) Cf. Hanna Arendt, Men in Dark Times, New York, Harcourt, Brace & World, 1968, ix.
(2) Cf. María Zambrano, El pensamiento vivo de Séneca, Madrid, Cátedra, 1987,11.
(3) Pro-vocar, es decir, llamar hacia delante, despertar, suscitar preguntas.

(4) Papa Francisco, Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (17 octubre 2015).

 

 

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