10/05/2023
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
Con 10 años, Joaquín Tapia entró al seminario menor de la Diócesis de Salamanca, por aquel entonces, ubicado en Linares de Riofrío. Allí estuvo cinco años, tras dejar atrás su pueblo natal, Torresmenudas. Hijo de un labrador, Marcelino, del que habla con orgullo, y al que en más de una ocasión ayudó en sus labores del campo, y puso el cerro.
Tras su formación en Linares, donde estudió cinco años de Latín y Humanidades, se fue a Salamanca, al Seminario mayor de Calatrava, donde comenzó a estudiar Filosofía y Teología. Pero cuando cursaba tercero de esta última disciplina, tuvo lugar las protestas estudiantes de mayo del 68, iniciadas en Francia pero que tuvieron su repercusión en España, con diferentes huelgas. Por ese motivo, Joaquín Tapia se fue a vivir a Peñaranda de Bracamonte con cinco compañeros de curso.
En Peñaranda combina sus estudios de Teología con el trabajo. Primero, en una franquicia de Seat, donde se aprendió de memoria todas las piezas del automóvil, y después, en un almacén de fruta. En Peñaranda descubre el “valor” de “ofrecer a la gente el evangelio”. “Me di cuenta de que el mundo obrero necesitaba el evangelio”, admite. Algo que le hizo cambiar todo “y decidí ser cura”.
El 29 de septiembre de 1972 es ordenado diácono y marcha a La Bañeza “a buscar manzanas con el dueño del almacén”. Y allí estuvo trabajando hasta su ordenación como sacerdote el 15 de julio de 1973, que tuvo lugar en el convento de las Carmelitas descalzas de Peñaranda por el entonces obispo, Mons. Mauro Rubio.
Su primer destino pastoral, ya como presbítero, fue en Las Arribes del Duero, donde es destinado en septiembre de 1973 junto con el sacerdote Domingo Martín y el aún seminarista Isidoro Criado a las parroquias de Pereña, Trabanca, Cabeza de Framontanos y Villarino de los Aires. Tan solo un año después, Tapia comenzó a ser educador en el Seminario menor de Linares, cuya situación era muy inestable ya que se había convertido en un centro de estudios con un nivel académico muy alto pero sin apenas planteamientos vocacionales, lo que provocó que años más tarde se cerrara.
Después, inició una nueva etapa en el Seminario centrada en los jóvenes con verdadera vocación y que se inició en Villamayor, en diciembre de 1978. Comenzaron con dos. “Empezamos poco a poco, y los llevábamos todos los días a estudiar a la Pontificia”, apunta. Además de la formación de los seminaristas en el teologado, Joaquín también atendía pastoralmente al pueblo. Esta tarea la realizó hasta 1982, dejando en el teologado a unos 20 jóvenes. Ese año se fue a realizar el doctorado en Teología a Roma, en la especialidad de Eclesiología, “sobre un autor quizás desconocido, Melchor Cano, y estudié todo el siglo de oro español”. Defendiendo su tesis: “La Iglesia en Melchor Cano”, en Roma, el 7 de diciembre de 1987.
Antes de culminar sus estudios allí, el obispo Mons. Mauro Rubio, aprovecha su visita”ad limina” para pedirle que se haga cargo de la Secretaría General del Sínodo diocesano que se desarrollaría en Salamanca entre 1985 y 1989. “En un año visité todas las parroquias de la diócesis para crear los grupos sinodales”, subraya. De hecho, funcionaron cerca de 400 grupos sinodales y más de 6.000 personas.
Después del Sínodo le nombraron vicario episcopal para su aplicación. “Traté de llevar a cabo la aplicación del Sínodo tal y cómo lo entendía”, reconoce.
En 1988 fue nombrado capellán de las Carmelitas descalzas del Monasterio de San José, en Cabrerizos y comienza a impartir clases como profesor de Religión en el Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca. Fue también delegado episcopal para el Año Santo Sanjuanista que se celebró en la diócesis, coincidiendo con el centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz.
Con la llegada del obispo Mons. Braulio Rodríguez, en 1995, se convierte por un año en vicario episcopal. Y en mayo de 1996 es nombrado vicario general de la Diócesis de Salamanca. Uno de sus proyectos más complejos en esta etapa fue las obras de recuperación de la actual Casa de la Iglesia. Fue también consiliario del Movimiento Familiar Cristiano y más adelante párroco de Topas y Valdelosa, así como delegado diocesano para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica.
En cuanto a personas que le han marcado en estos 50 años de sacerdocio, Tapia recuerda a Marcelino Legido, que le conoció como catedrático de Filosofía en la universidad civil. Que tras estudiar Teología y hacer el doctorado en Alemania, “su principal vocación fue ser cura de pueblo”. Y fue enviado a El Cubo de Don Sancho. “Nos veíamos cada martes cuando estaba en Villarino de los Aires en la formación permanente, que fue donde más he aprendido”, detalló.
Desde 2010 es párroco de Santo Tomás de Villanueva, donde vive en primera persona la realidad de un barrio envejecido, pero que trata de estar con ellos, con iniciativas como el catecumenado de adultos, “con los que me reúno todos los lunes”. También es capellán de las hermanas Clarisas del Monasterio del Corus Christi de Salamanca. La etapa actual la vive “con mucha tranquilidad”.
Con respecto a sus 50 años de presbítero, resalta haberse fiado solo de Jesucristo, “y creo haber ofrecido exclusivamente a Jesucristo, por encima de estructuras de instituciones”. Reconoce que en su vocación hay dos elementos que han ido “absolutamente” unidos: “el evangelio, como el único motivo de vivir uno, y también la manera de vivirlo en fraternidad”.