13/03/2023
TOMÁS DURÁN, PÁRROCO DE DOÑINOS
Tal día como hoy se presentaba en la plaza de San Pedro, hace diez años, un papa “venido del fin del mundo”, como él se definió aquella tarde. De nombre Francisco, de las iglesias del sur, de Argentina. Sus primeras palabras nos conmovieron al presentarse como obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro, y pidiendo la bendición sobre él del santo Pueblo de Dios.
Es un papa, Francisco, situado en la larga recepción del Concilio Vaticano II, que como todos los Concilios, su acogida es lenta y larga. Y hasta pueden desatarse tensiones en el seno de la Iglesia. El gran teólogo, Santiago del Cura, decía que esta aplicación conciliar está sujeta a una polarización muy fuerte entre “los partidarios de una identidad clara y continuista con la tradición, y los representantes de una modernización mucho más decidida de la fe y las estructuras eclesiales”. El papa Francisco “sufre” esta tensión con la crítica despiadada de unos, y el deseo de llevárselo a su campo de otros. Y la polarización lleva a la apropiación de modelos eclesiales, que unos y otros tratamos de defender e imponer.
Si hay un escrito donde el papa Francisco aborde esto es la Carta apostólica “Desiderio desideravi”, del 29 de junio de 2022, sobre la formación litúrgica según los criterios del Concilio Vaticano II. Estamos asistiendo en estos últimos años a algo insólito, y es que la Liturgia y la eucaristía se han convertido en el campo de batalla de unos y otros, cuando ésta es el sacramento de unidad por excelencia.
El papa Francisco no es que haya tirado “por el camino del medio”, o “por la vía intermedia”, sino que se ha salido del debate y ha ido a las fuentes: al Misterio Pascual, celebrado y acogido en el asombro de las manos vacías, expropiadas; y el camino de la donación hasta perderse en el servicio, sin poder, frente la polarización. El “asombro” ante el misterio de la Iglesia que nace del costado de la cruz de Jesús (Desiderio desideravi, 14), y celebrado en la Liturgia, “como océano de gracia”, sin apropiaciones, es el camino. Así, podemos liberamos, unos y otros, del “veneno del subjetivismo” y del “elitismo narcisista y autoritario” (Desiderio desideravi ,nn. 16-19), señala.
El papa Francisco es un regalo del Espíritu Santo a la Iglesia y a la humanidad hoy. Su persona, con gestos de ternura y palabras muy sencillas que todos entendemos, nos llevan a un “retorno de las fuentes vivas”, la Sagrada Escritura, patrística, tradición litúrgica, grandes testigos de la fe. Inspirarse en las fuentes originarias y permanentes de la fe será una guía adecuada para responder a los desafíos modernos y postmodernos actuales, tal como ha acontecido en las diversas épocas de la historia. Esto nos libera de la asfixiante polarización y apropiación de modelos eclesiales.
Y esto lo hace el papa Francisco invitándonos, a todos, a poner la mirada y la vida junto a los pobres, las periferias geográficas y existenciales, de los marginados, a cuidar la casa común…Y todo ello, no como una ética del buenísimo de “un papa social”, sino para adentrarnos en el camino mismo de Jesús y de su Misterio pascual, centro de la Historia de la Salvación, y anticipo de la creación nueva, “donde cuando Él vuelva lleno de gloria al fin del mundo, en su Reino no habrá ya pobreza, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar” (Plegaria Eucarística de niños III).
Gracias, papa Francisco.
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