26/02/2023
Cada domingo, y seguramente cada día, hacemos al Padre Dios una penúltima petición: “No nos dejes caer en la tentación”.
El Hijo Jesucristo, para salvarnos, quiso ser igual a nosotros en todo menos en el pecado, pero sí lo fue en la tentación. Si nosotros también tenemos un jardín, con un apetitoso árbol en el medio, Él nos señala un desierto acaso menos atractivo pero que se nos ofrece como camino de victoria sobre el diablo. Si nosotros vagamos desnudos, por nuestra debilidad, Él nos reviste con las armas cuaresmales de la oración, la limosna y el ayuno. Si nosotros buscamos razones, excusas, coartadas, Él nos anima a encontrarnos con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos en la Palabra que da vida y en el perdón sacramental que nos libera y nos renueva.
Cuando pedimos no caer en la tentación sabemos que podemos caer y que, de hecho, caemos. Pero al rogarlo, confiados, estamos suplicando y por adelantado dando gracias porque Dios es nuestro personal Cireneo que nos coge la cruz de cada día y nos levanta.
El Apóstol Pablo nos enseña: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla” (1 Corintios, 10, 13). Ese modo de soportarla, de afrontarla, de vivir en definitiva, por experiencia propia en el desierto, ya nos lo revela el mismo Cristo en el huerto de Getsemaní: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mateo 26, 41).
¡Santa Cuaresma para todos! ¡Buen camino hacia la Pascua!
Tomás González, médico y cofrade.
ACTUALIDAD DIOCESANA