31/01/2023
A esta cita bíblica con la que empiezo mi testimonio he tenido que acudir muchas veces en mi vida y hacerla muy mía para poder seguir caminando con firmeza; ciertamente me ha llenado siempre de tanta fortaleza como necesité en medio de las dificultades del momento. Es que la Palabra de Dios está llena de vida, de fuerza, y de verdad, es muy beneficiosa su escucha. Es impresionante, porque muestra cómo aun en medio de la angustia, sí es posible creer, esperar y confiar. Qué importante y necesario es esperar «contra toda esperanza…», porque la esperanza como virtud teologal tiene una enorme fuerza para sostener la fe y la caridad en el crecimiento del camino. No es fácil ir contra toda esperanza, y creer en él, y mucho menos esperar. Pero es posible, y yo soy testigo de ello cuando tomé esa opción y decisión siendo muy joven y estando desconcertada.
Muchas veces por la falta de esperanza, por la oscuridad que hay en nuestro caminar, por las circunstancias negativas, terminamos creyendo que ese es nuestro destino y que no hay salida o solución. Pero no es así, pues cuando creemos y esperamos, logramos ver resultados transformados y sobrenaturales.
Mi vocación al ordo virginum siendo consagrada en él hace ya más de veinticuatro años es un fruto de esa enorme esperanza que albergaba en el corazón -como fruto de la enseñanza de Abrahán- y, claro está, de la inmensa misericordia de Dios que sale al encuentro de su criatura que confía y espera en él, experimentando así que nunca la dejaba defraudada: «Todo, Señor, lo espero de ti. Eres realmente la razón de mi existencia».
El Señor salió a mi encuentro permitiendo conocer esta forma de vida consagrada en medio del mundo, que llenó mi corazón desde el principio que supe que existía, cuando, después de un camino ya empezado e interrumpido por las fuertes borrascas de la vida, me permite de nuevo ser de Dios y pertenecerle y así cautivada por su amor me entregué a él para siempre. Dichosa de ello como la esposa del Cantar puedo proclamar: «Lo abracé y no lo soltaré»; bendita virginidad que me permite amar con tanta profundidad: abrazo de comunión de amor, abrazo renovado en cada eucaristía, abrazo entrelazado con lazos de amor verdadero imposible de desatar por estar afirmados en la roca firme: Cristo el Salvador.
En medio de una vida «aparentemente normal» en el trabajo de una editorial católica y el sacrificio del cada día, trato de «corresponder con mi amor exclusivo y total al amor infinito de Cristo»… -mandato del santo padre san Juan Pablo II en uno de nuestros encuentros con él en Roma, 1995-: «Amadlo como él desea ser amado, en la vida concreta. Asumiendo sus mismos sentimientos, compartiendo su estilo de vida, hecho de humildad y mansedumbre, de amor y misericordia, de servicio y alegre disponibilidad, de celo incansable por la gloria del Padre y la salvación del género humano». En resumen, vida de Evangelio, sabiendo y reconociendo mi pequeñez absoluta, pero dejándome llenar en ese cada día de su fuerza, la fortaleza del Espíritu hasta que pueda decir a imagen de san Pablo: «No soy yo sino que es Cristo que vive en mí» (cf. Gal 2, 20). Nada fácil en absoluto, pero hacia ahí camino poco a poco en medio de tropiezos, caídas y nuevos levantamientos.
Ahora ya con la experiencia del sustento por un lado y de la herida por otro, de su amor nupcial, vivo aguardando su llegada como anunciadora de un mundo nuevo según el Espíritu y en constante suplica de su venida: ¡ven, Señor Jesús!. Grito apocalíptico de la Iglesia del que estoy segura que suena y clama en el interior de cada uno de los cristianos amantes, de continuo, con una sed insaciable hasta hacerse realidad su adorable persona. Yo al menos lo espero impaciente anhelando su llegada, le amo con todo mi ser, quiero corresponder a su amor y de él espero la gracia para todo.
Después de haberme encontrado con el tesoro incomparable y unirnos para siempre en alianza eterna de amor, en esta consagración además de mi bautismo, reconozco que Cristo es la alianza personificada, (cf. Lc 22, 19-20): en él se expresa la fidelidad de Dios al hombre y al mismo tiempo la fidelidad del hombre, para siempre. El secreto está o debe estar en la permanencia de ese amor, como él mismo nos dice en Juan, es pues su amor, el amor del Esposo, lo que da la vida a la virgen, a la humanidad entera con la que quiere desposarse… Él es toda su riqueza y su razón de vivir.
Entonces la alegría surge de forma inevitable; cuando entregas tu vida a Dios y la pertenencia a él llena tu ser; es una alegría en plenitud, fuerte, inconmovible, que aviva tus capacidades para saltar todas las vallas y dificultades que normalmente no son pocas.
Un «yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (cf. Cant 6, 3) va tejiendo la vida y en medio de las luchas, dificultades, tribulaciones, tormentas, penas y alegrías… saboreo ese «con amor eterno te quiero» del profeta (cf. Jer 31, 3) que tan real, justo y legítimo se presenta siempre que se necesita, siempre está y siempre conforta y endulza las horas amargas. Tan solo es necesario el despertar a él y acogerlo. Ya lo decía santa Teresa. Por mi parte no quiero dejarlo solo jamás, porque aún duele el doloroso grito: «El amor no es amado», de muchos santos de todos los tiempos.
Esto sería el resumen de mi vida: vida entregada en oblación amorosa y sacrificial, en agradecimiento y clave oracional e intercesora por los más pobres y pequeñuelos hermanillos que andan tan perdidos sin norte ni horizonte y tan engañados por el enemigo. Haciendo mía la frase de santa Teresita repito: «¡No, no me arrepiento de entregarme al amor!». Todo lo contrario, mil veces más, lo haría siempre que volviera a nacer, pues inmensamente agradecido el corazón vive en la certeza de su amor fiel, inquebrantable, perfecto, total y completo.
A un amor tal, ¿cómo permanecer indiferente?
¡Le pido cada día en mi oración, pequeñez y pobreza la gracia de ser fiel a su amor!
En el consuelo de la unión con la buena Madre que acompaña, siempre callada, desgrano o canto mi Magníficat de agradecimiento diario.
Margarita Martín Bravo, Virgen consagrada de la diócesis de Salamanca