06/11/2022
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁQUEZ
Feliz domingo de la Iglesia Diocesana.
La diócesis es definida por el Derecho de la Iglesia, en el canon 369, como una porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una santa, católica y apostólica.
La diversidad de nuestra Iglesia salmantina la aprecio durante las últimas semanas, cada sábado, en la novena extraordinaria a la Inmaculada que estamos celebrando en la Vera Cruz. Ya hemos compartido oración con los sacerdotes, con las cofradías, con las parroquias de nuestra unidad pastoral, con los consagrados, con el mundo de la enseñanza. Aún esperamos a los enfermos y sus cuidadores, a las familias, a los que trabajan por la justicia y los pobres, a los hermanos con discapacidad. Todo un mosaico de vida cristiana en un lugar concreto, pequeño, humilde, como es la Diócesis de Salamanca.
A menudo me parece que la jornada de la Iglesia Diocesana queda demasiado asociada a la presentación de una memoria de actividades y balances económicos. Sé que es importante, y obligación de los fieles, contribuir al sostenimiento de la Iglesia, y también la trasparencia de la institución, pero no puede reducirse este día a la “equis” que se marca en la casilla de la declaración de la renta, con el bolígrafo o, casi siempre, con el ratón del ordenador.
Hemos de contemplar una cruz, de esas que hay por los caminos, que nos recuerde que, seamos más o menos, somos Pueblo de Dios, peregrino, elegido y enviado. Hemos de sabernos bendecidos por la cruz que nuestro obispo José Luis traza con sus dedos, porque así nos congrega en el Espíritu Santo. Hemos de asumir en nuestras vidas la cruz que nos identifica como miembros de la Iglesia universal, que adquiere un rostro singular en la Iglesia de Salamanca. Con nuestro testimonio cotidiano le daremos sus rasgos. Cuanto más fiel sea al Señor, cuanto más creíble, mejor reflejará su brillo, el único que nos debe preocupar, el que nos restaura y nos salva.