01/07/2022
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
En Perú fue testigo de la pobreza, del hambre de los niños, de la supervivencia, y de la fe más auténtica. José María Yagüe aprendió a ser más paciente, y a celebrar la eucaristía con las madres dando de mamar a sus hijos, los perros ladrando o los más pequeños correteando junto al altar. A ese país llegó en 1964, tan solo un año después de su ordenación.
Con motivo de la celebración del Día del Misionero Salmantino, que tendrá lugar este sábado, 2 de julio, este sacerdote relata su experiencia como misionero en Perú, dividido en varias etapas y distintas tareas. Su primer destino allí fue en la nunciatura de Perú, “donde pasé cuatro años junto a otro compañero”. Su tarea era de oficina, como secretario, “y también trabajábamos en un colegio”.
Pero no era la tarea que tenían en mente, de evangelizar en América, sino algo más administrativo, como él mismo reconoce. “Los fines de semana íbamos a las barriadas, donde vivían en malas condiciones, con las aguas fecales por las calles, y mucha pobreza”, relata. Y ellos les apoyaban en lo que podían. Después volvió unos años a España, y en 1991 regresó a otra misión en Perú. En esta ocasión, en la región del Chira. Allí estaba junto a otros sacerdotes de la Región del Duero.
“El Chira es un río peruano al norte del país, y allí trabajábamos en equipos de cinco o seis personas”, describe Yagüe. Cada uno tenía adjudicado un distrito o caserío, “que podrían tener hasta 5.000 habitantes“. Y su trabajo allí era muy variado, “el trabajo misional es muy distinto de aquí en España, aquí estamos más centrados en la liturgia, y allí de entrada, la figura del catequista es distinta”.
En aquella zona, los sacerdotes son escasos, subraya, “y teníamos extensos territorios, y te tenías que desplazar en furgoneta, que también empleábamos para llevar alimentos. Entre las iniciativas que desarrollaron estaba la del “vaso de leche”, y ayudaban a repartir los productos donados por ongs de todo el mundo.
Cuando José María Yagüe llegó de España lo hizo con un cargamento de suero, “porque se había declarado unas meses antes el cólera”. A la población también les ayudaban con pequeños créditos, “para que pudieran labrar las tierras o tener agua”. Pero como lamenta este sacerdote, “la gente pasaba hambre y los niños no tenían nada para comer antes de ir a la escuela”. Como también detalle, los profesores decían que los alumnos se dormían, “por hambre”. De ahí surgió la iniciativa del “vaso de leche”.
Los sacerdotes también trataban de capacitar a la gente. Uno de los caseríos que llevaban era Tangarará, que fue la primera Piura que fundaron los españoles en el Pacífico, en la zona occidental de Perú. “Allí teníamos un centro donde les formábamos”, insiste.
Allí la gente es sencilla y muy participativa, como apuntaba Yagüe. “Las misas no eran tan formales, las madres daban el pecho a los niños, entraban los perros o los niños jugaban”. Él se acostumbró a normalizarlo y no enfadarse por el ruido, “allí aprendí que cada uno alaba a Dios como es y como puede”. En esa misión estuvo un total de seis años.
Después, le requirieron de formador en el seminario de Jaén, también en Perú. “Donde estuve otros cuatro años, donde también fue director espiritual y daba clases”, afirma. En ese momento se tuvo que sacar el carné de camión, “para llevar a los seminaristas a dar catequesis los fines de semana en los caseríos”. En ese mismo seminario también fue rector.
En el año 2000, José María Yagüe volvió a Perú, también al seminario, a formar a jóvenes, donde también realizó tareas de voluntario con visitas a la cárcel, “era una experiencia interesante, y los presos eran injustamente tratados”. Algunos eran muy religiosos y acudían a misa, “y teníamos siempre una charla bíblica de tres cuartos de hora”.
Cuatro años después, volvió a España por motivos de salud y ya nunca regresó como misionero, “las misiones necesitan gente joven y con salud, porque no hay que ir para arreglar problemas personales, no si estás enfermo y necesitas ayuda, porque se va a ayudar”.
¿Y qué ha aprendido en la misión? Este sacerdote reconoce que es otra persona, “aprendes muchas cosas sin darte cuenta“. Y aprendió a tener más paciencia, “he cambiado de forma de ser, la vida allí es más tranquila”.