20/05/2022
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
Seis meses después de que Sergio Pablo, de 28 años, donara uno de sus riñones a su hermano mayor, reconoce que esta experiencia, “ha sido el mejor momento de su vida”. Y admite que tiene que ser algo similar a lo que se siente cuando uno se casa o tiene un hijo. Otra idea que tiene clara es que si diera marcha atrás en el tiempo, “lo volvería a hacer”.
Este joven salmantino, vinculado a la parroquia de El Milagro de San José <“Le comentaron que si tenía familiares para poder hacer un trasplante de donante vivo, y la primera reunión que nosotros tuvimos fue en junio de 2021”, relata este joven.
Allí le contaron todo el proceso, y unos meses después, iniciaron las pruebas, “y el momento más crítico llega cuando vas a hablar con la consulta de trasplantes, y te cuentan qué va a pasar, las consecuencias en tu cuerpo y en tu vida, etc. “. En ningún momento sintió la presión de tener que decidir, “pero una vez que ves el servicio de diálisis en el hospital, te das cuenta de la situación que viven esas personas, la calidad de vida, porque les ves enfermos, y están en una cama dependiente de la máquina de diálisis“. Sergio Pablo admite que aunque estén muy cuidados por parte del personal, “te das cuenta de que todos ellos están con su cruz a la espalda, y que mi hermano la llevaba, y yo no estaba siendo consciente de ello, estaba centrado en lo que era yo, en el miedo que tenía”.
Pero a este joven, conocer el servicio de diálisis le ayudó a decir que quería tomar partido de esa situación, “y hacer realmente lo que estuviese en mi mano para cargar con la cruz de mi hermano, y yo tendría las mías, pero en lo que estaba de mi mano, nada más pasar por ese pasillo tomé la decisión final”.
En todo este proceso también tiene que pasar por un análisis psiquiátrico y psicológico con un comité ético, “donde tienes que ir a explicar por qué lo quieres hacer, pensado para que nadie se aproveche de nadie, y que se haga todo legal y justo”, determina. En su caso, en ese momento estaba estudiando la oposición a Policía Nacional, “y con la donación iba a incurrir en una exclusión médica, era un proyecto de vida que yo tenía pensado y para el que me había enfocado completamente, pero valoré las pérdidas y valore la vida de mi hermano, de que no es que se fuese a morir, pero su trabajo y su vida se vería afectado por la diálisis, y tomé la decisión bastante rápido, convencido de donar ese riñón”.
En todo momento, como menciona Sergio, le indicaron que podía parar el proceso, incluso antes de entrar en el quirófano, “cuando ya estás en la camilla sientes un miedo real, y aun así, yo estoy agradecido al de arriba, porque yo encontré ahí la calma, de decir, venimos a lo que venimos, sabía que en ese momento si hablaba iba a llorar, pero yo estaba por dentro tranquilo, porque sabía que estaba haciendo lo correcto”.
Tras la operación, en el hospital pasó cinco días, “con las visitas muy restringidas por el Covid, pero tuve suerte de que dejaron pasar a mi padre y a mi pareja”. El trasplante fue muy bien, como subraya Sergio, “porque mi hermano rápidamente lo aceptó y el órgano empezó a trabajar, tuvimos bastante suerte en eso”.
Gracias a esta experiencia, Sergio también ha tenido la oportunidad de volver a convivir con su hermano en casa, “hemos estado junto a nuestros padres durante cuatro meses que ha estado de baja, y estoy agradecido por este tiempo, por volver a estar todos juntos, y valorando también el ser cuidado y el cuidar de nosotros mismos”. Para él, espiritualmente ha sido un proceso muy muy fuerte a la hora de decidir dejar lo de la Policía de lado, “y preocuparme de mi hermano”.
En ese sentido, menciona una frase que escuchó a dos jesuitas juniores de su parroquia, El Milagro de San José, de Ignacio de Loyola a Francisco Javier: “Que te sirve ganar el mundo, si te pierdes a ti mismo”. Y con eso tuvo claro que de qué le servía ser Policía Nacional, “si no iba a poder disfrutarlo con la gente a la que quiero”.
Durante su estancia en el hospital, a Sergio siempre le venía una imagen a la cabeza, “que era la de unas huellas en la playa, y de repente, sólo camina una persona, y que podía uno decir, Dios me ha abandonado, Jesús me ha dejado de acompañar en este camino, pero lo que estaba haciendo era sostenerme en brazos”. Este joven siempre ha sentido la paz interior y la tranquilidad de saber, “que uno ha hecho lo correcto, y que si volviese para atrás, estoy cien por cien convencido de que lo volvería a hacer”.
Sergio Pablo tiene claro que si ahora dibuja su línea de historia de vida, “nada es tan importante como ese punto de mi vida, y todo lo que me pudiese parecer grave, nada se puede comparar a este hecho”. Esta experiencia le ha servido para ver la vida de otra manera, “con otra perspectiva mucho más profunda y elaborada”. Ahora, según reconoce, disfruta más del tiempo que pasa con los suyos.
El director del Servicio diocesano de Pastoral de la Salud, Fernando García, recuerda que este domingo, 22 de mayo, sexto domingo de Pascua, se celebra la Pascua del Enfermo, “y concluye este tiempo especial dedicado a los enfermos que comienza el 11 de febrero”. Al respecto, recuerda que Jesús Resucitado “se manifiesta especialmente en la atención y el cuidado de los enfermos”, y es la finalidad también de este día, “que se anima para que se celebre en todas las comunidades”.
El objetivo de esta jornada, como insiste este responsable, “es la llamada especial a la comunidad para la atención a los enfermos, que se hace presente en esa fuerza de Cristo resucitado, en el cuidado, en la dedicación y también, como un momento propicio para que se celebre comunitariamente la unción de enfermos“.