08/05/2022
Hoy se celebra la Jornada mundial de oración por las Vocaciones. Todos estamos preocupados por la disminución progresiva del número de sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos que se da en nuestro país desde hace tiempo. Y yo me pregunto: ¿Nos preocupa de verdad?… Si así fuera, todos rezaríamos más y mejor, no un día sino todo el año, para que crezcan entre nosotros las vocaciones. Pero aceptando que rezar es involucrarnos.
El papa Francisco nos da luz con su mensaje para esta Jornada: “Dios en cada uno de nosotros ve potencialidades que incluso nosotros mismos desconocemos. Cuando acogemos esta mirada, nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos: en la vocación al sacerdocio ordenado, ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, ser don recíproco, procreadores y educadores de la vida. Toda vocación y ministerio en la Iglesia nos llama a mirar a los demás y al mundo con los ojos de Dios, para servir al bien y difundir el amor, con obras y palabras.”
Desde este mensaje de Francisco queda claro que, si las vocaciones nos preocuparan de verdad, eso se notaría en cosas como estas: Todos nos lamentaríamos menos, compartiríamos más la alegría y sembraríamos más el deseo de una vocación que te plenifica. Los padres cristianos les hablarían más a sus hijos de la felicidad que les da el vivir “casados en el Señor”, las personas consagradas dedicarían más tiempo a testimoniar que su entrega a los pobres es porque Cristo las quiere y abraza en ellos, y los sacerdotes no pararían de decir que su servicio ministerial es lo mejor que les ha pasado y el mayor regalo de Dios que podrían desear. Los cristianos viviríamos más apasionados nuestra vida y el servicio a los demás, rezaríamos con fe para que nuestros familiares y amigos descubrieran su propia llamada, y cantaríamos por las calles el Magníficat por sentirnos amados por Dios… ¡Eso pasaría si nos preocuparan de verdad las vocaciones!