30/03/2022
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
El salmantino Alberto López pertenece al equipo de comunicación de Misiones Salesianas y ha pasado unos días en Medyka, al sur de Polonia, uno de los puntos fronterizos con Ucrania más concurridos por los refugiados que huyen de la guerra. Allí se ha desplazado para hacer de altavoz de su situación, de la acogida, acompañamiento y ayuda que están recibiendo, en concreto, la de los misioneros salesianos.
“Desde Misiones Salesianas estamos en muchos países y en la actualidad coordinamos una ayuda a nivel mundial para esta emergencia, como hacemos para todas las situaciones de conflicto, a veces olvidadas, que tenemos en el mundo”, señala López, quien considera que la emergencia en Ucrania parece “la más importante en estos momentos”, porque “es la que más refugiados ha generado en poco tiempo”. No en vano, el éxodo ucraniano va camino de convertirse en el mayor registrado en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, “con más de cuatro millones de personas que han salido del país, y más de un millón doscientas mil que están siendo acogidas en Polonia”, detalla.
Los salesianos acompañan a los desplazados en nueve ciudades de Ucrania y también acogen a los refugiados en “Moldavia, Eslovaquia, Rumanía, Hungría, República Checa, Italia… y muy pronto también en España”, avanza López.
Oleh Ladnyuk es uno de esos religiosos salesianos. Natural de Ucrania. es capellán militar y viaja por el este del país, la zona más golpeada por la guerra, con una furgoneta blanca llena de cruces amarillas. “Desde que comenzó la invasión rusa se pasa el día en la carretera, llevando medicinas y ayuda y humanitaria hacia el este y, de vuelta, salvando de los bombardeos a mujeres niños y personas mayores. De vez en cuando, hasta se cruza con algún misil que no hizo explosión en la carretera…”.
En Polonia, los misioneros de Don Bosco poseen unas 200 casas, donde acogen a refugiados ucranianos. “Más de 5.000 personas han pasado ya por estos refugios”, indica Alberto. “Muchos de ellos, lo hacen por uno o dos días para descansar, mientras siguen en camino a otras ciudades de Europa. donde tienen familiares que les pueden acoger; otros se quedan, porque siempre tienen el pensamiento, la esperanza, de que la guerra va a acabar pronto y quieren estar cerca de Ucrania para poder regresar a sus casas”, destaca.
“Cruzar la frontera significa que te conviertes en refugiado. Comienza la sensación de seguridad propia y aumenta el desasosiego por lo que se queda del otro lado”, afirma. Este salmantino ha podido comprobar que en este paso fronterizo, “los ucranianos esperan dos horas para pasar, y al menos otra, para poder subirse a un autobús que los alejará de regresar a su país”. De sus ojos, especialmente de los de los menores, sale “un grito silencioso: ‘por favor, no os olvidéis de nosotros'”.
Y es que el viaje hasta la frontera es muy difícil. Durante el camino sufren muchas calamidades, como detalla Alberto: “Mucho frío, poco agua, kilómetros y kilómetros de caminata y, sobre todo, miedo a perder a los hijos…”. Detrás de cada persona hay una tragedia. “Cuando hablas con ellos se te cae el alma a los pies, a veces tienes que tragar saliva cuando te enseñan las fotos de sus casas, de las ciudades que tenían hace un mes”, relata este periodista.
“Y es que son personas que llevaban a sus niños al colegio, tenían su trabajo, su círculo de amigos, familia, y una vida completamente normal. De la noche a la mañana, empiezan a sonar las alarmas antiáereas, caen bombas en algunas ciudades, deciden irse y cogen una pequeña mochila o trolley, y es con lo que deciden cruzar la frontera, con esa incertidumbre de separarse. y sobre todo, pensando en el futuro de los niños, que son quienes más lo sufren, quienes menos entienden esta situación”.
Lo más grave de todo esto “es que los menores no puedan exteriorizar el estrés y los traumas que sufren”, apunta. “Algunos pequeños que no entienden nada, lo vivirán como una aventura, viajar, montar en tren,… Otros, más mayores, están conectados con su colegio y continúan las clases online, y el contacto con sus compañeros, incluso en otras ciudades y países, pero otros sufren el trauma de no entender el idioma, de no poder integrarse, yendo al colegio, y de no saber cuándo volverán a casa”.
Alberto destaca la labor de los voluntarios, que incluso llegan a disfrazarse para ellos. “Son los artífices de trasladarlos de nuevo, aunque sea por unos momentos, a los mundos de princesas y superhéroes que dejaron atrás en las últimas semanas en Ucrania, y lo hacen gracias a una simple golosina o a un gesto sincero de solidaridad”.
En cuanto a los adultos, llegan con “mucha preocupación, incertidumbre y traumas”. Las madres que son acogidas por los salesianos en Polonia afirman no ver las noticias en televisión, “porque sufrimos mucho, solo queremos poder hablar por teléfono con nuestros maridos y nuestros padres, sin pensar que puede ser la última vez lo hagamos”.
Lo que más le ha llamado la atención a este periodista es la “serenidad” con la que llegan los ciudadanos ucranianos a la frontera, y “cómo se comportan”. “No hay prisas, no hay enfados, no demuestran ansiedad. Muestran una tranquilidad que es increíble, y casi son ellos los que te transmiten una esperanza”. Es al hablarles cuando, “se emocionan al recordar lo que han dejado atrás. Todas las familias separadas, porque los hombres de 18 a 60 años tienen que quedarse en Ucrania obligatoriamente para alistarse en el ejército, para defender los barrios y las ciudades, incluso, armarse militarmente; pero también se emocionan por la solidaridad y la ayuda que le está prestando el pueblo de Polonia”.
Alberto rescata el testimonio de Lydia, una ucraniana que ha huído de los horrores de la guerra con sus cuatro hijos, con ellos se cruzó en la estación central de Varsovia , “el pequeño duerme mal y tiene pesadillas”, le dijo esta madre. “Sólo cuando le pregunto por la solidaridad mundial y por la acogida en Polonia se echa a llorar: “Me emociona más la ayuda que nos dan que lo que hemos dejado atrás. No lo podremos devolver jamás, pero tampoco olvidar”, recuerda este salmantino.
La solidaridad es algo que también ha podido comprobar con sus propios ojos este periodista, “lo había leíd, pero verlo aquí, cómo están organizados, cómo ponen a disposición de las personas que llegan todo tipo de facilidades, de ropa, de comida, todo lo que necesitan,… hay una red de voluntariado impresionante en todas las estaciones”, comenta emocionado. “La solidaridad es desbordante: coches de bebé a las puertas de las estaciones, transporte oficial gratis a otros países y, sobre todo, caramelos y juegos para los menores que logran sacarles una sonrisa que reconforta”.
Preguntamos a Alberto cómo podemos ayudar a Ucrania desde España, y nos responde que “la ayuda más eficaz ante una emergencia es la ayuda económica, porque la ayuda material requiere que haya personas empaquetando, organizando el transporte y el reparto. Lo más fácil y cómodo realmente es la ayuda económica”. Los productos que se necesitan se adquieren en la frontera.
Alberto resalta que los refugiados, “siempre nos dicen y ponen en primer lugar, la oración, es lo primero que piden, mantenernos unidos y no olvidarlos ante esta emergencia”.