09/02/2022
“Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. Con este lema celebra la Iglesia en el presente año la Jornada Mundial del Enfermo. La lectura del Mensaje Pontificio que comenta esta misma frase de San Lucas (6,36), me ha llevado a pensar de inmediato en una antigua lista de obras de misericordia de las que solemos hablar muy poco y que, sin embargo, resulta necesario recordar y, sobre todo, practicar.
Son las obras de misericordia espirituales, que también son siete:
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar al que nos ofende.
5. Consolar al triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Por supuesto que estos “buenos consejos” son formas y medios con los que podemos ejercer la misericordia en todos los ámbitos. Tienen carácter universal. Pero tienen una muy pertinente y precisa aplicación en el ámbito de la relación con los enfermos y su cuidado. Además del cuidado material a los enfermos, los auxilios médicos y toda suerte de atenciones que se refieren a las necesidades físicas, los enfermos han de ser destinatarios -nos lo recuerda así el Papa- de estas obras de misericordia espirituales. Sobre todo de algunas de ellas.
Dice, por ejemplo, el Papa, dirigiéndose especialmente al personal sanitario y a la atención hospitalaria: “incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestra interés por la persona antes que por su patología”.
Si esto se dice a los sanitarios, tanto más se nos dice a todos cuantos nos relacionamos con los enfermos: familiares, voluntarios de la pastoral de la salud, cuidadores contratados, amigos que les visitan, etc. ¡Cómo sentimos esto los que “profesionalmente”, como capellanes de hospitales, estamos en contacto permanente con los enfermos. ¡Y cómo sentimos como algo infinitamente consolador y digno de la mejor condición humana el trato que muchos dispensan a los enfermos, sean familiares o no! Y, al contrario, ¡cómo duelen en algunos casos las carencias que en este sentido tienen que sufrir no pocos enfermos!
Por eso me atrevo a invitar, a cuantos lectores encuentren estas líneas, a repasar y detenerse a meditar en estas siete acciones recomendadas en la tradición de la Iglesia. Y a hacer un atento examen de cómo las practican. Especialmente con los enfermos. De modo muy especial las cuatro últimas: Perdonar al que nos ofende. Consolar al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Tengo la seguridad de que, si estas líneas han logrado este objetivo, esta Jornada y Campaña del Enfermo han alcanzado un grande y esperado fruto.
José María Yagüe, sacerdote diocesano de Salamanca. Capellán del Hospital de la Santísima Trinidad.