11/02/2021
Lo que ellos debían mantener sí que era una distancia “social” extrema. El leproso tenía una condena social absoluta, que le obligaba a vivir en solitario, alejado de todos. A nadie se podía acercar y nadie podía acercarse a él. Se le distinguía de lejos, por su aspecto desgreñado, sus harapos, su rostro cubierto y sus gritos de condenado: “soy leproso, soy impuro”.
El terror ante la lepra perduró en el tiempo y en el espacio, y se reactiva periódicamente ante cualquier nueva forma de afección supuestamente contagiosa. Molokai es un ejemplo elocuente de la reacción de los “limpios” ante la temible enfermedad. Y lo es también de que no es el alejamiento lo que salva, sino la cercanía y la implicación. Damián de Molokai es un estimulante y luminoso ejemplo de la verdadera respuesta a todas las “lepras” que han sido y serán.
Aquel hombre sabía lo que estaba mandado de forma rigurosísima. Pero algo rompió el tabú, casi genético, que imperaba desde siglos. Y, en lugar de gritar a distancia: “soy impuro”, saltó el muro de la estricta prohibición, se acercó a Jesús y gritó “si quieres, puedes limpiarme”. ¿Qué vio en Jesús para estar seguro de que no lo rechazaría, ni tendría miedo, ni le ordenaría pararse a distancia?
Efectivamente, Jesús no le mandó parar a dos metros. También él conocía la prohibición de estar cerca de un leproso. Pero Jesús no ve ante él a un leproso, sino a un hombre, dolorido, muerto en vida, rechazado. Y, como siempre, sus ojos entraron en el corazón del hombre, se conmovió ante él, se hizo cargo de él y de su condición infrahumana, con todas las consecuencias.
Sucede algo extraordinario. El leproso está seguro de Jesús y del poder de su amor. Por eso, se acerca hasta casi tocarle, a sus pies. Pero quién toca es Jesús: “quiero, queda limpio”. Extendió su mano, lo tocó. La lepra se me quitó y quedó limpio.
Este proceder de Jesús es imprudente, inaudito y provocador. ¿Cómo puedes tocar a un leproso, si sabes que tú quedas contaminado? Él toma de ti tu salud y tu carne limpia, y tú recibes de él su impureza y su condena. “Por eso Jesús no entraba en las aldeas, se quedaba fuera, en lugares solitarios”. Está en cuarentena, es peligroso acercarse a él. “Y, aún así acudían a él de todas partes”. Bien intuía la gente que Jesús llevaba algo nuevo, bueno, bello. Algo nuevo con Él ha comenzado.
Esta página la escribió Marcos para nosotros hoy. Palabra viva.
Papa Francisco dice, en su mensaje para este año, que la cercanía es “bálsamo valioso que brinda apoyo y consuelo a quien sufre la enfermedad”. ¡Qué viva y verdadera está siendo esta palabra entre nosotros hoy! Mientras la población en general hemos de guardar la distancia “social” (deberíamos decir física, más que social), evitando relaciones personales presenciales y todo contacto físico, comunicarnos digitalmente, reunirnos en línea, etc., una multitud silenciosa de centenares de miles de personas practican la cercanía física, afectiva y afectuosa, entregada, comprometida, animando, confortando, en una verdadera y directa relación personal, “dejándose involucrar en su sufrimiento, haciéndose cargo del enfermo” (como dice el Papa), desde una hermosa actitud de servicio. “Ellos han decidido mirar esos rostros, con abnegación, responsabilidad y profesionalidad, ayudando, cuidando, sirviendo.”
Sí, debemos poner los medios necesarios para luchar contra esta, hasta ahora, inextinguible pandemia. Pero la distancia física no puede ser ni social, ni afectiva, ni efectiva, ni cordial. El corazón, conmovido por el amor, dentro; los ojos a la vista transmitiendo el sentir del corazón, la sonrisa iluminando los ojos, palabras y gestos cargados de alegría y ánimo, y la esperanza segura en un futuro mejor… son capaces de salvar la necesaria distancia física, haciéndonos sentir unos a otros, personas reconocidas, solidarias, compañeras de camino. Para ello necesitamos deseo, voluntad, imaginación y creatividad.
Sabiendo, además, que otros, esos otros que no son héroes escogidos, sino gente normal de nuestro pueblo, están en nuestros hospitales, haciendo por nosotros y en nuestro nombre, lo que nosotros querríamos hacer: cuidar, alentar, compartir el sufrimiento. Incluso, dando la mano a quién en ese momento se convierte en su familia, para decirle sin palabras: no estás solo, yo estoy contigo en tu prueba.
“Haz de esta piedra de mis manos una herramienta constructiva, cura su fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos. Que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocede, que el corazón no se quede desatendidamente frío.” (L. Horas).
Fernando García Herrero, capellán del hospital y director del Servicio diocesano de Pastoral de la Salud