29/04/2020
Algunos ya saben que esta madrugada el Señor ha llamado a su presencia a Madre M. Pilar, tan querida de todos. Como saben, después de su mandato como Madre General durante 12 años, estaba en la comunidad de Huelva como superiora. En la Congregación ha dejado una huella de santidad sencilla, humilde y alegre. Sabemos que era también especialmente querida por los sacerdotes y que muchos han recibido por medio de ella mucho bien.
Estamos sorprendidas por el hacer de Dios, no esperábamos que fuera tan pronto. En la comunidad de Huelva una hermana tuvo una intervención quirúrgica y las hermanas que acompañaron al hospital se contagiaron del coronavirus. De ellas, solo Madre M. Pilar se agravó en su enfermedad. Ha sido de un modo doloroso por las circunstancias, por el sufrimiento que ha conllevado para ella y para todos. No hemos podido estar a su lado ni podremos ir a su entierro. Todo eso hace que tengamos el corazón acongojado, sobrecogido. El Señor nos ha concedido con esto, compartir el sufrimiento de tantas personas que están viviendo situaciones parecidas o peores y nos ha ayudado a rezar por ellos.
Pero sobre todo brota de nuestro corazón la acción de gracias a Dios por todo lo que hemos recibido de ella. Ha ido derramando a su alrededor, a todas las personas que trataba, las de fuera y las de dentro, la ternura de Dios.
Su testimonio es de una vida entregada, incondicional. Ella siempre vivía, de forma muy consciente, que su vida era participar de la entrega de Cristo por sus sacerdotes, porque por medio de ellos llegaría a todas las almas.
Y la entrega de Cristo a cada uno es ternura, es de persona a persona, es incondicional. Nos lo transmitía con su escucha, con su confianza, con su entrega.
El Domingo de Resurrección fue ingresada en el hospital. “El Señor nos puede pedir todo, somos oblatas”, “lo que Dios quiera“, dijo antes de ingresarla. Todo “pro eis et pro ecclesia”, repetía con frecuencia.
En los últimos días dijo: “antes de la Pascua he estado pidiendo la entrada en el Corazón de Cristo para participar de sus sentimientos y ahora…es tremendo. ¡Cómo sufrió Cristo! Mi pobreza es grande, pero está todo dado con disposición de amor. Yo me abandono a su Voluntad y lo que Él quiera. Si Él quiere llevarme, yo contenta”.
Su alma era de niña. Vivía de la relación filial con Dios Padre. No tenía miedo de su debilidad pues su fuerza era la confianza.
Ha vivido la enfermedad con un abandono total, en una entrega humilde. Sabiendo que todos rezábamos por ella dijo: “Gracias por sostener mi impotencia”.
Unas horas antes de entregar su alma al Padre nos escribió un sms: “Jesús. Presiento mi última noche. Gracias mi Dios por unirme tan profundamente al dolor puro de tu entrega en Cruz”. Es el último testimonio de ella que hemos recibido.
Gracias, queridos sacerdotes por toda la cercanía que nos han mostrado en este momento. Por todas las oraciones y misas que celebren por su alma. Creo que tenemos una intercesora en el cielo. Es oblata en la tierra y en el cielo. Ella ha consumado ya su oblación en Cristo y ahora intercede por todos desde el cielo.
Muy unidos en Cristo Sacerdote, bendígannos.
M.Teresa.o.c.s