11/05/2020
Para este presbítero salmantino, de 50 años, sus bodas de plata son una ocasión para hacer un alto en el camino “y echar la mirada hacia atrás, y dar gracias a Dios por todos los dones con que nos ha enriquecido el Señor”. Y quiere recordar de forma especial a sus compañeros sacerdotes que celebran esta misma efemérides, al igual que el obispo diocesano, “que recuerda sus bodas de oro”. En esta fecha en la que se recuerda al patrón del clero, San Juan de Ávila, Sánchez Moyano tiene presente a los hermanos sacerdotes que han fallecido en medio de esta pandemia.
¿Cómo surgió su inquietud por el sacerdocio?
Me viene a la memoria un refrán.: “Es de ser bien nacido el ser agradecido”. Entender mi vocación al ministerio tiene que ver con mi identidad y ser como cristiano. Gracias a la familia, mis padres y hermanos, con los que tuve una verdadera Iglesia doméstica, donde asimilé y aprendí qué es ser cristiano, donde aprendí a rezar las oraciones. Gracias también al sacerdote que me llevó al Seminario y cómo no, a los rectores y formadores, los que formamos una familia en Calatrava, “mi casa”, donde durante 12 años y dos más en Madrid, me formé intelectualmente, espiritualmente y pastoralmente.
Allí aprendí a descubrir y a querer a la gran familia de la Iglesia y su realización en la porción del pueblo de Dios en Salamanca. Ver las distintas realidades, parroquiales y delegaciones, y los distintos carismas eclesiales, desde allí, intentar escuchar y descubrir la llamada del Señor.
¿Qué balance hace de estos 25 años de ministerio?
Recuerdo a un profesor de Escritura, que además era diocesano, que como yo siempre me estaba riendo, que se me veía feliz, le decía que era un don, un talento que el Señor me había regalado. Y cuando me pasa algo, de salud, o de preocupaciones, también se me nota.
El balance de estos 25 años no puede ser otro que de una gran felicidad y una plena realización, no exento de preocupaciones e interrogantes: algunas que tienen que ver con mi fidelidad y coherencia conmigo mismo, y con el Señor, y otras con las preocupaciones pastorales.
Al comienzo del ministerio me viene a la memoria una dinámica del pozo, con toda la ilusión del mundo, para poner toda la carne en el asador, que yo sea un pozo que siempre mane agua para los demás, y ahora mismo, otra dinámica que recuerdo es la de ser puente, o como afirma el Papa Francisco, soy aduana para hacer resonar la Palabra de Dios a los demás.
Un pasaje bíblico que haya sido determinante en su vida…
Hay muchos textos y muy significativos, pero en este momento me viene a la memoria, el texto de San Pablo en la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios Cap. 9, Versículo 16. Además, era el lema de mi ordenación: “Ay de mí si no predico, sino anuncio el Evangelio”.
Este texto me llamó y lo tuve presente en mi época de estudiante de Catequética en Madrid, en esa gran urbe, las distancias, y la pequeñez de uno. Por eso, ahora sigue resonando, que aunque sea verdad, a veces tengo la tentación de anunciar, predicarme a mismo, o de encasillar las cosas de Dios a mis planteamientos, a mis valores a mis categorías. Por eso, que soy muro que impide que Dios y su palabra sea escuchada, o puente que facilite dicha escucha.
¿Qué ha sido lo más reconfortante en estos 25 años de ministerio?
La hospitalidad y acogida de todas las comunidades a las que he sido enviado, y a pesar del tiempo tener las puertas abiertas. Yo me he sentido uno más en cada una de ellas.
Hay infinidad de momentos, de encuentros, de experiencias, duras y difíciles, en las que muchas veces, las palabras no han salido, lo sentimientos nos invaden, y solamente ha habido presencia, el estar.
Por eso vuelvo a mi lema: “Ay de mí si no anuncio, predico el Evangelio”. Porque ha habido momentos en los que yo he sido evangelizado, y una vez más, se cumple lo de que he recibido mucho más de lo que he dado.
Por poner unos pequeños ejemplos, el testimonio de hombres y mujeres con una fe grandísima, sin tanta catequesis o doctrina. Dios aprieta pero no ahoga, Dios cierra una puerta pero abre una ventana. Una mujer que pierde una hija, un marido, pero es de misa diaria, un matrimonio que pierde una hija, y cuando tiene la segunda, quieren cambiar todo.
La fe que veo aquí ante la Virgen de la Salud. Esa importancia de la religiosidad popular, de los sencillos, los humildes, de los pobres… es una religión del pueblo y para el pueblo, que la tengo que cuidar, purificar y fortalecer, y no apropiarme de ella.
1995-2020, este año doy gracias porque he recibido mucho más que lo que humildemente he dado. Durante estos 25 años, descubrir la pedagogía del don, de la gratuidad que el Señor ha tenido conmigo y ello me lleva a como Jesús encarnarme en mis hermanos. Gracias en este año especial, por haber tenido el regalo de volver a Tierra Santa, y ahora en medio de tiempo de pandemia, haber descubierto un poquito más la dimensión contemplativa-espiritual sin tantas ‘reunitis’ crónica como diría mi hermano en el sacerdocio Antonio.