11/05/2020
El próximo día 2 de julio se cumplen 25 años de mi ordenación sacerdotal. Fue Don Mauro quien me impuso las manos y lo hizo en la comunidad parroquial de mi pueblo, en El Cubo de Don Sancho.
Celebrar 25 años de sacerdote, aunque sea en estas circunstancias especiales a causa del covid-19, es un motivo de alegría y de acción de gracias.
La vocación al ministerio apostólico es un regalo del Señor a su Iglesia para transmitir la alegría del evangelio, celebrar los sacramentos, especialmente la eucaristía, y acompañar como el Buen Pastor al Pueblo de Dios.
Mi vocación fue un proceso de enamoramiento en el que fui descubriendo la presencia del Señor en mi vida, y cómo me llamaba a seguirle más de cerca. En paralelo fui descartando otros proyectos a favor de esta experiencia que me fue ganando el corazón y me llenaba de alegría.
No hubo visiones, ni apariciones, pero en este encuentro fue decisivo el testimonio evangélico de muchas personas, comenzando por mis padres, y a la vez, la vida de entrega de varios sacerdotes, religiosos y religiosas. A partir de ahí continúa un proceso de formación permanente que abarca toda la vida. Pero me gustaría destacar la experiencia vivida en el Teologado de Villamayor de Armuña. Fue un proceso evangélico y testimonial que marcó la vida de muchos seminaristas, estoy seguro. Es verdad que cometimos errores pero fueron infinitamente más los aciertos. Esa etapa nos ayudó a entender mejor la importancia del discípulo misionero, de la comunidad que acoge y acompaña. Y que solo se puede ser discípulo siendo pastor.
Pasado el momento tan esperando de la ordenación sacerdotal, inmediatamente te das cuenta que el sacramento del orden no te concede ‘superpoderes’. Mas bien comienzas a descubrir tus propias limitaciones. Es en el ejercicio de la tarea pastoral lo que va enriqueciendo y también lo que va fortaleciendo nuestra vida apostólica.
Pienso que todos los sacerdotes llevamos en el corazón la Parábola del Buen Pastor, el pastor bueno, que conoce a las ovejas, las conduce, las alimenta, las protege y acompaña, se preocupa de las más débiles, busca a las perdidas y las quiere tanto que para librarlas del lobo, del mal, termina dando su vida por ellas. El amor del Buen Pastor no tiene límites por eso todas las ovejas son suyas y para todas busca la salvación. Considero que esta actitud del Buen Pastor es la que ha marcado mi vida apostólica durante todo este tiempo.
Gracias a las comunidades parroquiales a las que he sido enviado he podido vivir y disfrutar de la solicitud del buen pastor en su totalidad. El envío misionero nos acerca a la gente, conoces a cada uno por su nombre, pasar el evangelio a sus manos, celebrar todos los sacramentos, cuidar la sensibilidad hacia el mundo del sufrimiento para que en esa representatividad los hermanos descubran la voz del Señor, su cercanía y sobre todo su misericordia. Si la Iglesia hoy no ilusiona y muchas veces no engancha, quizás sea porque muchas veces no conectamos con los problemas de la gente.
Nuestra tarea es estar en el camino. Acompañando la vida, abriendo horizontes y sembrando esperanza. Entiendo que en estos momentos tan difíciles pero a la vez tan apasionantes que nos está tocando vivir, los sacerdotes debemos recuperar la pasión de la segunda llamada, la frescura del evangelio, el desafío de la fraternidad, caminar juntos sacerdotes, consagrados y sobre todo con los laicos y fundamentalmente mantener un equilibrio entre la amistad con el Señor y el espíritu de servicio.
Por último, doy muchas gracias a Dios por los hermanos que me ha regalado en nuestra diócesis y más en concreto, en el barrio de Pizarrales de Salamanca y desde allí atendí Almenara de Tormes, después en un segundo momento el Señor me envió a Alba de Tormes, y a varios pueblos de la zona, casi a diez. En este momento estoy en Peñaranda y también atiendo a varios pueblos de esta zona.
Y quiero dar las gracias, por supuesto, a los hermanos de la Frater. Ellos sí que me han enseñado la profundidad del evangelio, la fuerza del Señor en la debilidad, la importancia de la humildad y la pequeñez.
Quiero finalmente dar las gracias a todos los hermanos de estas comunidades por las que he pasado y me han acogido como a un hermano más porque en todos ellos he descubierto el verdadero rostro del Señor en esta tierra. Muchas gracias a todos.