01/05/2020
El trabajo es necesario para el pleno desarrollo de la persona; no tiene sólo un fin económico y de beneficios, sino ante todo un fin que atañe al hombre y a su dignidad. ¡Y si no hay trabajo esa dignidad está herida! La posibilidad real de trabajar es un elemento necesario del bien común de la sociedad. La falta de empleo limita las posibilidades de vivir de la forma que corresponde a la dignidad humana y es un grave problema social.
La promoción del bien común requiere la mayor estabilidad posible en el trabajo y la percepción de salarios que permitan satisfacer las necesidades personales y familiares que hacen posible la integración en la vida social, con el adecuado nivel de participación en los bienes económicos, sanitarios, educativos y culturales. No son admisibles los empleos que a la larga “van quitando la vida”, porque anulan la esperanza de salir de la pobreza.
El desempleo amplía los sectores de personas que sufren pobreza. No hay peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo.
Las situaciones de desempleo son signo de que algo no está bien ordenado en el orden social y económico general. Y esa falta de orden externo hunde sus raíces en las actitudes éticas fundamentales de las personas y los grupos sociales. Por ello, es necesario replantear y revitalizar la solidaridad, educar de forma efectiva en la solidaridad. Y no solo como mera asistencia a los más desfavorecidos, sino como replanteamiento global de todo el sistema, como búsqueda de vías para reformarlo y corregirlo de manera coherente con los derechos fundamentales de toda persona. La solidaridad nos pide carta de ciudadanía y reconocimiento como valor social frente a la idolatría del dinero.
Los graves desajustes éticos, sociales, económicos y políticos de carácter estructural, latentes o más activos en la conciencia social, adormecidos con la mayor frecuencia en la indiferencia que nace del egoísmo individual, han sido despertados y llevados al límite de forma súbita por los efectos sanitarios, laborales y económicos ocasionados por la grave pandemia del Covid-19. Los efectos en la economía y en la pérdida de puestos de trabajo son de todos conocidos; y son especialmente padecidos por los empleados menos cualificados y con menor estabilidad laboral, así como por los trabajadores autónomos y por los afectados por los llamados expedientes temporales de regulación de empleo.
No es el momento de prever las nuevas condiciones sociales que han de surgir después de esta dramática experiencia de enfermedad, de muerte en soledad de tantos miembros de nuestras familias y de personas muy queridas, a las que no hemos podido acompañar, despedir ni honrar como el corazón y las convicciones nos pedía.
Pero sí es el momento de la solidaridad. Y ésta ha sido demostrada ya de forma generosa y abnegada por los trabajadores de la sanidad, del orden público, y de tantos sectores laborales un tanto precarizados y menos reconocidos, tales como las personas trabajadoras del hogar y de cuidados a dependientes, los empleados de la agricultura y ganadería, los de establecimientos de alimentación o repartidoras, y los transportistas, y tantos otros, que en este tiempo de crisis sanitaria han sido descubiertos como esenciales para la sostenibilidad de la vida, para garantizar el bienestar de todas las personas y para que no nos falten alimentos y cuidados durante el periodo de necesario aislamiento domiciliario.
Para mejorar las actuales circunstancias es oportuno recordar el anuncio de economía solidaria del Papa Francisco: “Los diversos sujetos, políticos, sociales y económicos están llamados a promover un enfoque diferente, basado en la justicia y la solidaridad, para garantizar a cada uno la posibilidad de desempeñar un trabajo digno. El trabajo es un bien de todos, que debe estar al alcance de todos. Hay que abordar esta fase de grave dificultad y de desempleo con las herramientas de la creatividad y la solidaridad. La creatividad de empresarios y artesanos valientes, que miran hacia el futuro con confianza y esperanza. Y la solidaridad entre todos los miembros de la sociedad, que renuncian a algo y adoptan un estilo de vida más sobrio, para ayudar a aquellos que pasan necesidades.” (Discurso a los empleados y directivos de la Fábrica de Aceros de Terni, 20 marzo 2014).
Subrayamos que son las Administraciones Públicas las garantes últimas del bien común de nuestra sociedad y valoramos el compromiso de tantas empresas. Pero es también el tiempo del compromiso solidario de toda la comunidad en el mantenimiento del bienestar de nuestra sociedad.
En consecuencia, ante las graves carencias de bienes de primera necesidad que están padeciendo tantas personas y familias, que han perdido el empleo y sienten la necesidad apremiante de ser ayudadas, las numerosas Instituciones benéficas de la Iglesia diocesana y de los Institutos religiosos se sienten especialmente llamadas a un compromiso especial de solidaridad y justicia, iluminadas por la caridad evangélica y el seguimiento de Jesús. Y para ello necesitan nuestra colaboración personal y económica.
En particular, ante el aumento de peticiones de ayuda, Cáritas Diocesana ha iniciado una campaña de solicitud de colaboraciones con el lema: “Ahora más que nunca, cada gesto cuenta”. Y las respuestas van siendo generosas.
En este sentido, los sacerdotes de la Diócesis de Salamanca estamos ultimando el proyecto de compartir, a través de Cáritas Diocesana, una parte de nuestros propios recursos con las personas cuyas necesidades han sido acrecentadas por la pérdida del trabajo o por otras consecuencias de la pandemia.
Además, la Diócesis de Salamanca, en su ámbito institucional, como ahora no es posible tener reuniones presenciales, se está preparando tecnológicamente para iniciar lo antes posible las reuniones necesarias de sus órganos de decisión, en orden a promover una red de protección social, a través de Cáritas Diocesana, con una aportación significativa de fondos diocesanos, a la que podrán sumarse libremente otras instituciones o personas. Se trata de crear un Fondo Social para atender las necesidades de quienes han perdido empleo, salario y subsidios, de manera que nadie quede en desamparo y exclusión social. Es una exigencia imperiosa de nuestra fe en tiempos en que el Señor Jesús padece hambre, sed, falta de vestido y casa, soledad y enfermedad en tantos hermanos con los que él se ha identificado y a los que ha declarado hermanos suyos y nuestros.
+ Carlos, obispo de Salamanca