10/04/2020
Para aproximarnos y contemplar desde la belleza el Viernes Santo nos vamos a ir al Hospital Clínico de Salamanca, lugar desgraciadamente de actualidad, por ser donde se encuentran y tratan los enfermos más graves de esta pandemia que asola al mundo. Aquí se revive, no solo ahora sino cada día, el misterio pascual del Señor en los pacientes. Si subimos al segundo piso, donde está la capilla, entraremos en lugar silencioso que cobija una de las mejores obras que pintó el artista y muralista Genaro de No. Se trata de un bellísimo, expresivo y emotivo Vía Crucis, que fue realizado en 1975, el año anterior a la inauguración de este centro hospitalario, cuya fecha está inscrita junto a su firma a los pies de las dos primeras estaciones.
Sabemos que este encargo fue acogido con ganas por el pintor, pues ya había realizado anteriormente otro Vía Crucis para la capilla del Cristo de los Milagros en Sancti Spiritus, pero estuvo demasiado condicionado por lo que querían los cofrades y no tuvo la libertad creativa de este. Aquí pudo desplegar, sin trabas, lo que consideró como una de sus obras cumbre. Empleó materiales y técnicas modernas, como la utilización de pintura acrílica aplicada sin preparación sobre la pared, el fuerte expresionismo de las figuras o el dominio espacial. Los colores utilizados son reducidos, los distintivos de Genaro de No, en gamas de ocres, verdes y blancos. Se trata de un mural dispuesto en horizontal, interrumpido a la mitad por la puerta que da acceso a la capilla del hospital. Quiere decir, que es solo perceptible cuando se está dentro para orar o participar de la Eucaristía y, sobre todo, cuando vamos a salir de nuevo a la ajetreada área hospitalaria.
Genaro de No afrontó este trabajo desde una reflexión y meditación profunda, en un diálogo entre su libertad artística y sus conversaciones con un amigo jesuita, que le aclaraba sus dudas teológicas. Pretendía que con la contemplación de su obra saliéramos de la capilla de otra manera, transformados a la luz del camino pascual de la cruz y la resurrección de Jesús, viviendo el sufrimiento y el dolor del hospital desde el consuelo de aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17), y, a la vez, desde la esperanza de aquel que “¡ha resucitado de entre los muertos y va por delante!” (Mt 28, 7). La gran fuerza dramática que transmite este Vía Crucis impacta a todo el que lo mira y reza, no nos deja indiferente. Está concebido con gran sencillez, sin adornos y yendo a lo esencial de cada paso doliente de Cristo hasta su muerte y resurrección. Ningún elemento está pintado desde la improvisación o con un fin meramente decorativo, cada personaje, gesto y actitud están muy bien pensados, se trazan y disponen con un significado que tiene su clave de interpretación en la oración. El lenguaje iconográfico es moderno, escasamente narrativo, en favor de lo simbólico, lo expresivo y las emociones. Los pasos finales de la vida de Cristo no son solo para ser contados, sino que son una invitación a seguirlos y vivirlos con Él. Una pesada y alargada cruz atraviesa y unifica las catorce estaciones, el palo vertical se vuelca en horizontal y en descenso, se convierte en persona y camino que termina y se adentra hasta la profunda oscuridad del sepulcro, lugar donde descansó el cuerpo muerto del Señor.
Para reconocer cada estación es preciso dejarse guiar por el recuerdo del Vía Crucis y los textos de los evangelios de la Pasión. Sin embargo, a pesar de que no se conozcan bien las estaciones, cuando alguien se acerca a esta obra, se da cuenta de inmediato que en este Vía Crucis aparece reflejado el camino de la enfermedad, el dolor y la muerte de la humanidad, con muchas re-caídas, sufrimientos y sanaciones, pero que terminará, más tarde o temprano, con la muerte. Las cuestiones últimas del sentido de la vida, vulnerada por el sufrimiento y la muerte, las que resuenan con más realismo y profundidad en un hospital, están planteadas por Genaro de No en su Vía Crucis, donde el misterio pascual de Cristo es la respuesta. Por eso, como decía él, quiso añadir y terminar con una estación más, porque “la Pasión no tiene sentido sin la Resurrección” (cf. 1 Cor 15, 14).
Comenzamos esta representación con una figura majestuosa, simbólica y expresiva de Cristo, nos aproximamos al que acaba de ser condenado a muerte por Pilato y el pueblo, estamos en la primera estación. Su rostro no es visible, pues baja su mirada hacia una tierra desértica y con rocas afiladas por el pecado de la humanidad: “maldito el suelo por tu culpa… brotará para ti cardos y espinas” (cf. Gn 3, 17-18). En este terreno, sin vida y que hiere, se hunden sus pies, como si quisiera sembrar su cuerpo, ya que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24). Una poderosa corona, entretejida con alargadas espinas, cubre al completo su cabeza, transmitiendo el pesar y el dolor que toma sobre sí el siervo, que viste la túnica blanca de la inocencia, para poder salvar a los culpables de su pecado (cf. 1 Pe 3, 18).
A continuación comienza la enorme cruz a la que ha sido condenado a morir, similar a una viga frágil, que se está deshaciendo por el amor de Jesús. Se carga sobre su hombro, que la recibe y la levanta desde una fuerza que le viene de su debilidad, que es obedecer al Padre y servir a la humanidad. En esta segunda estación se inicia la hora de la travesía pascual, considerada por el evangelista Juan desde el amor hasta el extremo, de ahí que el brazo izquierdo de Jesús adquiera la forma de un corazón: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
Las tres caídas, que pertenecen a la segunda, séptima y novena estación, también aparecen representadas en este Vía Crucis de Genaro de No de una manera singular. Las manos del reo van quedando grabadas sobre el abrupto terreno, que le hace tropezar, pues han frenado el golpe de las caídas. Son aquellas manos abiertas y acogedoras con las que frenó las muchas caídas de la humanidad: la división y enfrentamiento, el pecado o la injusticia con los más pobres del mundo. Nos sobrecoge la más violenta de estas caídas, la última, porque cae de bruces, quedando impresas no solo sus manos sino su cabeza estampada. Cristo muerde el polvo de esta tierra herida de muerte, es el nuevo Adán que renueva nuestra imagen destruida: “Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todo serán constituidos justos” (Rom 5, 19).
Además, ya sabemos que aparecen distintos personajes que se encuentran con Jesús en la Vía Dolorosa: María, Simón de Cirene, la Verónica o las mujeres de Jerusalén. Cada uno es tratado por Genaro de No desde la perspectiva del acompañamiento, cuidado y servicio al paciente de este hospital, pues es la presencia viva de Cristo sufriente: “porque estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36). Dependiendo de cada situación en el camino, los personajes están dispuestos a lo largo de la cruz para identificarnos con sus gestos y actitudes. La principal es María, la madre de Jesús, porque ella es la imagen por excelencia de la compasión, acompaña a Jesús paciente comprendiendo y compartiendo su dolor. De ahí que la Virgen aparezca pintada por el artista, tanto en la tercera, la del encuentro, como en la decimotercera estación, la de Jesús muerto en sus brazos, cubierta con un manto oscuro, al modo de una cueva profunda en la que interioriza y hace suya la Pasión de Cristo. Interpela y conmueve la imagen patética de la Piedad al pie de la cruz, en la que María no se despide del cuerpo físico de su hijo sino que se queda con su dolor al recibir y acoger su punzante corona de espinas.
Simón de Cirene se acerca para ayudar a Jesús a llevar el peso insoportable de su cruz, sin embargo, el artista no representa la fuerza exterior de sus brazos dispuestos debajo del madero, sino la fuerza interior de la paciencia y la delicadeza con la que debe coger una cruz frágil, para que no se rompa y siga adelante.
Junto a la ayuda del Cirineo aparece la estación de la Verónica, simbolizada por el típico paño con el que limpió sus heridas y desveló su rostro. En este lienzo, colgado de la cruz, Genaro de No quiere que veamos por primera vez la identidad de la persona de Cristo, pues debajo de la enfermedad y el dolor de una cruz que desfigura, existe una persona, que debe ser tratada con máximo respeto y dignidad. Por último, aparecen las mujeres de Jerusalén que se duelen y lloran por Él. A las tres las comprende en un conjunto, cuyas manos expresan el grito del llanto, el de toda la humanidad, que no debe llorar la muerte de Jesús sino la suya, es una llamada a la conversión y al compromiso al lado de los que sufren más en el mundo. El resto de las estaciones solo es reconocible si nos detenemos y fijamos en los pequeños detalles simbólicos que nos ha dejado Genaro de No como pistas para que descubramos y completemos su Vía Crucis.
A los pies de la cruz desnuda, aparece arrojada y esparcida en el suelo la túnica blanca de la que fue despojado Jesús al llegar al Calvario, recordando así la décima estación. Si seguimos observando, vemos que la misma cruz tiene dos grandes orificios: uno producido por los clavos con los que taladraron sus manos y pies, el tema de la undécima estación; y en el centro de la cruz está el agujero de la lanza con la que traspasaron el costado del Crucificado, con el fin de cerciorarse de que había muerto realmente, aludiendo así a la duodécima estación. Detrás de María, figura ya tratada entre los personajes, aparece la decimocuarta estación, el sepulcro excavado en la roca donde es enterrado el cuerpo de Jesús, simbolizado por la inmensa y frágil cruz que penetra en su interior.
El camino de dolor y muerte de Jesús, que sigue presente y vivo en los enfermos del hospital, como decía Genaro de No, no puede terminar así, solo tiene sentido desde su resurrección, por eso añade la decimoquinta estación. A la espera de la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección dejamos esta última estación para contemplar el próximo Domingo, el día más importante del año.