23/03/2020
Una amiga, un poco “picona” me decía hace días por guasap –transcribo literalmente, sin revelar mis fuentes-: “a ver cómo nos lo explicáis los curas desde la fe…¿Es un castigo? ¿Una prueba? O ¿cómo lo puede entender el ciudadano de a pie?”
A ver, me presentaré: Antonio Matilla, persona, zamorano, cristiano y cura. Cuatro caras de una misma moneda. ¿Cómo distinguir una cara de la otra? Mi amiga nos da una pista: cómo interpretarlo desde la fe, lo cual me tranquiliza mucho, porque no solo los curas tienen fe, que es un don de Dios y, por lo tanto, pudiera ser que un no cura, mujer u hombre, anciano, niño o adulto tuviera más fe que yo. Dios sabe.
Yo creo que no es un castigo. Más que nada porque Dios, según mi opinión, no tiene interés en castigar sino más bien en salvar. Lo del castigo es cosa de los hombres. El problema es que los hombres (y las mujeres, aunque ellas están probablemente más preparadas para abordar estos asuntos, pero eso es otra historia, no sea que se me enfaden las convocantes y los participantes de las marchas del 8M) no acabamos de aprender. Cuando la peste negra asoló Europa en el Siglo XIV y se cargó a la tercera parte de la población, la culpa no fue de Dios, sino de los flagelati. Los flagelati eran cristianos convencidos de que la peste era un castigo de Dios por nuestros pecados (por los suyos, que yo aún no había nacido) y se dedicaron a predicar esa ideología por todos los pueblos y por la última aldea de Europa flagelándose, es decir, haciéndose heridas superficiales en la espalda. Las ratas vieron ahí su oportunidad: los caminos estaban regados de gotas de sangre de las que se alimentaban y, cuando se paraban a echar un sueñecito, las ratas aprovechaban para lamer la sangre más directamente y las pulgas de las que eran portadoras daban un saltito y se daban el banquetazo chupando más sangre e infectando esas pequeñas heridas, en modo alguno mortales, con el bacilo de la peste bubónica. Conclusión: en lugar de una mortandad de 200.000 europeos, fallecieron unos 25 millones.
Por lo que sabemos de Dios, Este, Jesús de Nazaret, después reconocido por muchos como Cristo, se dedicaba a curar enfermos. De hecho, ante el caso de un ciego de nacimiento, le preguntaron: ¿quién pecó éste o sus padres? Respuesta de Jesús: ni pecó este ni sus padres, pero esta ceguera es una ocasión para que se manifieste la Gloria, la Gracia y la Misericordia de Dios. Como Jesús era hombre y totalmente hombre, lo que se le ocurrió es aplicarle al ciego un “remedio” un poco bestia de la medicina de la época: hizo barro, se lo aplicó en los ojos -imagino que le picarían lo indecible al pobre ciego- y, con mucha lógica, le mandó a lavar a la piscina del Enviado, la que tenía las aguas más limpias de todo Jerusalén.
Pues eso es, más o menos, lo que pienso que piensa Dios ahora. Bueno, en realidad no se trata tanto de lo que Jesucristo pensó, sino de lo que hizo; no es tan importante lo que Dios piense ahora, sino lo que nos llama a hacer, siguiendo la estela de Jesús, pero a estilo Siglo XXI. La fe lo que nos dice es que tenemos que hacer lo mismo que Jesús: ser humanos y recurrir a la Medicina de la época, a la espera de una vacuna. Por desgracia para Jesús y por suerte para nosotros, la Medicina ha avanzado que es una barbaridad y la tecnología permite soluciones ni siquiera pensadas hace pocos años, como el estudio exhaustivo del genoma del Covi-19 o la impresión masiva de las piezas de los respiradores mediante impresoras 3D. También los Medios de Comunicación han avanzado mucho, hasta tal punto que yo puedo ver lo que estudian –online, por supuesto- Emma, David y Marc, mis sobrinos nietos confinados también en California, y poder charlar con ellos, procurando eso sí, no saturar las redes.
Otra cosa es cuál debe ser el comportamiento de las autoridades y el de los ciudadanos de a pie, porque quizá habrá que analizar, a posteriori, imprevisiones y planteamientos equivocados, tanto de los hunos como de los hotros, como de nosotros (Unamuno dixit) y depurar responsabilidades eclesiales –el burro delante para que no se espante- de las grandes empresas y de las pequeñas, de las autoridades políticas, de los intelectuales, si es que queda alguno, de los Medios de Comunicación y de los ciudadanos de a pie. Ahora no toca.
Porque una conclusión está provisionalmente clara: esta pandemia puede tocarle a cualquiera. Es absolutamente democrática.