27/12/2019
El relieve de la Adoración de los Pastores, que se encuentra en la iglesia parroquial de Ventosa del Río Almar, perteneció a la predela del retablo mayor, en gran parte perdido por el derrumbamiento de la techumbre del templo. Pero, aún se conservan los restos de algunas de sus pinturas, como la Anunciación o la Huída a Egipto, y otros relieves de la predela o las basas de las columnas, como son los de la Adoración de los Magos, Santa Catalina o San Pablo.
Según documentación del Archivo Histórico Provincial de Salamanca, este retablo fue realizado en 1595 por el entallador Pedro Martín y el pintor Alonso Rodríguez. La condición que les ponía la parroquia era que debía ser parecido al retablo del pueblo cercano de Alconada. En febrero de 1598 Pedro Martín exponía su terminación; años más tarde, en su testamento (1608), también ratifica que es el autor.
Este relieve es una muestra de un retablo manierista y romanista de finales del siglo XVI. De esta forma apreciamos los pliegues suavizados y redondeados de sus vestidos, los ricos estofados, y el modelado anatómico de los cuerpos de algunos personajes. Aquí está representado el pasaje del Evangelio según san Lucas del nacimiento de Cristo, el anuncio del ángel a los pastores y su posterior adoración (cf. Lc. 2, 6-20). Estos tres momentos distintos quedan reunidos en una sola escena. Al escultor no parece importarle que no haya separación entre estos tres momentos distintos, que los aúna en un solo espacio, ya que sabe que quien contempla su obra conoce el relato del Evangelio, sabiendo separar para su meditación cada una de las escenas que aquí se narran.
Aparentemente parece una composición tumultuosa de personajes en poco espacio, hasta siete, girando en torno al pesebre y al Niño. Pero, pronto descubrimos que este desorden se somete a una forma circular que tiene su eje en los brazos cruzados del ángel. También se superponen planos sucesivos con la intención de ir creando orden y profundidad.
Las referencias arquitectónicas del portal y de los animales, que se presentan entre las alas del ángel, son sucedidas por el grupo de pastores en los extremos; más adelante aparecen los personajes que forman un corro en torno al pesebre: María, José, el ángel y un pastor; el primer plano es ocupado por el recién nacido, destacando su cuerpo desnudo sobre una sábana blanca que sujeta el ángel.
La imagen de Jesús aparece en la parte más baja y sobre un pesebre lleno de paja, en clara alusión a los dos signos por los que los pastores y nosotros reconoceremos al Mesías y al Señor, según el anuncio del ángel: “Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc. 2, 12). El Hijo de Dios desciende hasta la humanidad y se abaja hasta el pesebre humilde, donde se echa de comer a los animales, porque ha querido salvarnos ocupando el último lugar. Del mismo modo contemplamos su cuerpo desnudo sobre una sábana, sugiriendo otro texto del Evangelio: “y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14).
La postura del Niño es tensa, en diagonal, levantado por el ángel, que sujeta por detrás la sábana, manifestando quién es y de donde ha venido: es el Hijo amado que estaba junto a Dios y, en la etapa culminante de la historia, ha salido de sus entrañas por amor para salvarnos (cf. Hb. 1, 1ss.). El mantel sobre el que se deposita el cuerpo de Cristo es, del mismo modo, una referencia al sacramento de la Eucaristía.
El nacimiento de Jesús es motivo para que la humanidad esté alegre y empiece a reunirse. Por eso, en torno a Él son atraídos los distintos personajes en un movimiento circular. Destacando en primer plano, al lado derecho de Jesús, está situada privilegiadamente la figura de la Virgen, ensimismada y ajena a la multitud de personajes, de rodillas, en actitud de oración con las manos juntas, reconociendo que está delante de un Niño que es su hijo y el Hijo de Dios. En un segundo plano aparece San José entre la madre y el ángel, dejando ver sus manos y su cara, adoptando también el gesto de adoración. Para que quede claro que José solo es el padre adoptivo de Jesús, porque Dios es su Padre, el ángel es agregado justo en medio.
A su vez este ángel remite al momento en que se anunció a los pastores la buena noticia del nacimiento de Jesús y la invitación a ir a Belén a adorarle. Parece que hay un diálogo del ángel con el pastor que lleva la ofrenda del cordero al Niño. Están hablando del motivo por el que este Niño ha nacido, el regalo es el símbolo su destino salvador cuando sea mayor y acabe entregando su vida en la cruz para redimir a la humanidad, convertido en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Todavía nos quedan tres pastores que acuden a la cita de Belén, situados en los extremos. Hay una pareja que llega corriendo desde el exterior del portal. Al llegar la mujer se coloca el manto, porque llega corriendo, y mira con curiosidad al Niño; detrás de ella se asoma la cabeza de un hombre que aún no ha llegado a ver al recién nacido; y al otro lado, en el interior, está un pastor arrinconado con su perro, que sostiene una gaita dispuesta a ser tocada. La humanidad, representada por ellos, es invitada a bajar hasta este establo para descubrir al Hijo de Dios y alegrarse inmensamente.
Por último, apreciamos en la parte más alta y al fondo unos restos arquitectónicos de proporciones y estilo clásico, a modo de decorado, figurando el establo de Belén. Se trata de un edificio abandonado y ruinoso, al que le faltan paredes y cuyos los arcos se están cayendo. El Hijo de Dios ha venido al mundo, destruido por el pecado de la humanidad, su misión será levantar el mundo nuevo del Reino de Dios.