06/05/2019
¿Cuándo comenzó su implicación en la Diócesis de Salamanca y en qué ámbitos?
Con las comunidades de Adsis siempre he estado vinculado a la Iglesia en temas de pastoral o parroquias, desde los 16 años que entré, y a los 20 hice la opción definitiva por ellos. En todo este tiempo he estado implicado en parroquias donde ha estado presente Adsis, como Fátima, San Mateo, en Santa Marta de Tormes o en la Purísima, entre otras.
Hace unos años entró a formar parte del equipo de asistencia religiosa del centro penitenciario de Topas, ¿qué supuso ese cambio?
Con Topas no solo es un tema desde la fe sino también profesional, de trabajo, si se puede hacer esa separación, porque realmente es un oficio pastoral. Siempre he estado vinculado en las parroquias con las personas con menos recursos, ha sido una inclinación que a lo largo de la vida se ha ido consolidando. Primero, de voluntario con Adsis en la cárcel, y después, me impresionó la tarea que se me pedía, y pasé de ir un día a la semana, a todos los días, mañana y tarde, con una función de escuchar a la persona, de acercarte. Supuso un reto importante, de descubrir el valor que eso tiene: la entrega a las personas. Y cierto temor porque accedes a realidades que no habías visto antes, gente en aislamiento, o más complicada.
¿Qué ha aprendido de su tarea pastoral con los internos de la prisión?
A nivel de fe muchas. Una es que uno accede al misterio de la fe, de Dios y del hombre, y en Topas he experimentado y he sido testigo de cómo Dios siempre está al lado de la persona, y de cómo las personas cuando tocan fondo se agarran y encuentran a Dios, y eso las salva. He sido testigo de muchas conversiones, y también, de destrucciones. A veces las personas no son capaces de salir adelante, y los que lo hacen, realizan una experiencia profunda de revisión de su vida, de encontrarse con Dios y hacer una vida distinta. La experiencia en la cárcel no solo es con personas católicas sino también con musulmanes, con ortodoxos y con gente de otras religiones, ya que en Topas han llegado a convivir 60 nacionalidades, con esa diversidad cultural enorme. Hemos logrado crear espacios de profundidad personal, de compartir, de humanización, porque la gente está necesitada de eso, da igual la Iglesia que sea, porque es algo distinto.
Cabe recordar que diácono significa el que sirve… ¿en qué momento quiso dar ese paso y prepararse para ello?
Diácono es el que sirve, el que transmite a Cristo servidor y a la Iglesia servidora. Y sentí que era mi sitio hace mucho tiempo, por lo menos diez años. Primero lo discerní con la comunidad Adsis y, ¿cómo surgió? Hubo un punto determinado durante una homilía de un obispo en Vitoria, donde un hermano de la comunidad se ordenaba de diácono porque iba para sacerdote, y explicó qué era el diaconado y me tocó, porque era lo que yo estaba viviendo. Y a raíz de aquella homilía empecé a pensarlo, y siempre he dicho que no hay esa dimensión sacramental, pero la tarea de servicio, amar y servir, sobre todo a los más pobres y necesitados, en mi vida siempre ha estado, casi desde niño. La decisión fue bien recibida tanto por mi comunidad Adsis como en mi familia, y supone un proceso que siempre me he planteado sin ninguna prisa.
(Puedes leer la entrevista completa en la edición impresa de ‘Comunidad’, la revista quincenal de la Diócesis de Salamanca).